viernes, septiembre 12, 2008
Roto de tristeza, decidió irse...
A Eulalia ya se la habían llevado al Hospital Británico. Una enfermedad de las extrañas y de las finales no le había otorgado otro posible recorrido.
El perro Otto, ese dogo enorme con corazón enorme, se quedó en la casa de la calle Melián. A veces, solo. A veces, con Alejandro, mi hermano. Caminó triste por el Parque Saavedra y por las calles de Coghlan. Cada paso era una pesadumbre sin ganas. Miró desencantado el mundo.
Un día, cuando ya no había remedio, Otto --tan solo, con tanta añoranza-- se acostó en la última cama en la que había dormido Eulalia. Se quedó ahí hecho un ovillo, como cuando la acompañaba a mi mamá mientras ella trabajaba diseñando ropa, en el taller del fondo. No se quería levantar. Era un alma deshecha. Ya no ladraba. Le pesaban los ojos. Le dolía la ausencia. Se le moría la vida.
Otto se fue después. Roto de tristeza.
Post publicado desde Santiago de Chile.