lunes, marzo 19, 2007

Añoranzas para un pintor


Irma es, además del paradigma de la tía típica, una de las personas más prudentes y confiables a las que se puedan conocer. Siempre fue una inseparable de mi mamá y una observadora precisa de detalles de otro tiempo. Por eso, esta reconstrucción, esta sucesión de recuerdos sin cronología, sería imposible sin su memoria, sin aquellos episodios pequeños y encantadores de días que no viví.
En noviembre del año pasado, con ella, luego de la primera entrevista para este blog (que se convirtió en una suerte de hoja de ruta inevitable), fuimos a la Municipalidad de San Martín a una exposición en homenaje a Silvio Rossi, el Maestro de pintura de mi mamá en aquellos años de búsquedas artísticas en el pequeño reducto cercano a la estación de Banfield. Eramos los únicos en un primer piso que pretendía ser un tributo tardío. Traté de reconstruir quién había sido ese buen hombre que había estimulado aquella faceta de Eulalia.
"Ahí está: es él. Ese es Rossi", dijo Irma con todas las certezas juntas. Y ahí estaba. Debajo del cuadro más grande se leía: "Autorretrato". Don Silvio, el Maestro, no sonreía. Lucía parco, físicamente sólido. Tenía los ojos cansados y una curiosa mirada severa. Por un instante me costó imaginar cómo el hombre del autorretrato era un perfecto inspirador. Mi tía me explicó luego sobre su bohemia, su sencillez, su vocación, su pasión por la pintura. Era un rompecabezas. A los costados de Rossi había muchos otros cuadros que él mismo había pintado. Se veían ranchitos, indios, paisajes. Y todos ellos con una impronta que ya conocía: los cuadros de Eulalia responden a ese patrón estético, más allá de que ella siempre empleó colores más claros y más variados. Permítanme: más lindos.
Mi tía siguió, ya de regreso a la estación de tren de San Martín, recordándome más aspectos, momentos y personajes periféricos de aquellos tiempos. Llegué a mi casa, en Urquiza, y lo primero que hice fue mirar uno de los cuadros de mi mamá, que nunca tuvo título. La firma decía "Euly 58". Supe en ese momento que en aquel año (1958) el hombre del autorretrato había acompañado el sueño artístico de Eulalia. Sentí entonces que, gracias a mi paradigmática tía, en aquella tarde había encontrado otro precioso retazo para continuar la reconstrucción.

Foto: retrato de la tía Irma.