lunes, febrero 11, 2008
Un Asterix de Villa Urquiza
El siguiente texto lo publiqué en Clarín. Se trata de un homenaje a uno de los últimos potreros de la zona norte de la Ciudad.
Breve historia de un potrero
Ahora, al costado de la avenida Olazábal, sucede un milagro. Allí donde Villa Urquiza tiene su frontera con Belgrano R, un pibe de tamaño mínimo, sin botines ni medias juega bajo el sol de domingo. Y grita un gol que necesitó cuatro gambetas. El resto lo mira con una certeza: no lo podrán parar en toda la mañana. Hay una sorpresa más grande que la enorme jugada de ese chiquilín. La escena acontece en un potrero, ese espacio en días de retirada en cada rincón porteño. Y no se trata de una zona con lugares de sobra: el metro cuadrado cuesta no menos de 1.500 dólares y, muy cerca, camino hacia Alvarez Thomas, brotan edificios en plena construcción o recién terminados y listos para la venta.
Habita la lógica del potrero: el césped no tiene el cuidado de un jardinero; los arcos están previsiblemente despintados y lucen sus años de recibir y recibir pelotazos; y cuando la pelota se va a la calle hay que pedirles clemencia a los autos y a los colectivos de las líneas 114 y 133. Y, claro, también posee su mitología: cuentan que alguna vez jugó René Houseman, vecino del Bajo Belgrano y paradigma del talento surgido de este ámbito informal. Recuerdan también que, hace poco menos de una década, había un equipo que hacía de local ahí y que jamás perdió un partido de los más de 300 que disputó. Es curioso: ninguno de sus integrantes vive ahora en la zona para dar fe al respecto.
El potrero forma parte de la genealogía del fútbol argentino. Resultó, desde siempre, la cuna de la identidad de los cracks nacidos y criados en el barro. Incluso en esta Ciudad de Buenos Aires que cada vez contempla menos resquicios para la canchita barrial. Pero ahí, en Olazábal y Holmberg, habita una resistencia, con su inevitable crack inminente, una suerte de Asterix de Villa Urquiza.