miércoles, diciembre 24, 2008

Swift y el inmenso Gulliver



El primer libro que me regalaron, cuando estaba en segundo o en tercer grado del colegio Manuel D'Alzon, fue una versión adaptada e ilustrada de un clásico de la literatura universal: Los viajes de Gulliver, la excepcional obra de Jonathan Swift, una corrosiva sátira de la sociedad de principios del siglo XVIII.
La novela anticipó entonces discusiones sobre la filosofía de la ciencia, la búsqueda de la inmortalidad y los derechos de los animales, entre otras.
Y también retrató sin quebrantos verdades que la historia se encargó de maquillar. Señalaba el irreverente Swift, a través del inmenso Gulliver, sobre la aventura de las colonizaciones:
"Los piratas desembarcan para robar y saquear; descubren gente inofensiva, que los recibe amablemente; bautizan a ese país con un nuevo nombre y toman posesión en nombre de su rey; dejan constancia del hecho en un tablón o en una piedra.
Aquí comienza un nuevo dominio, adquirido por derecho divino. Los nativos son expulsados o aniquilados; sus príncipes torturados para que confiesen dónde está el oro; hay patente de corso para todos los actos de inhumanidad y lujuria; la tierra apesta a sangre..."
(del capítulo IV: "A voyage to the country of the Houyhnhnms").
Swift siguió formulando interrogantes incómodos para la sociedad de su tiempo. Y por eso lo declararon loco: molestaban sus palabras. Y este irlandés tozudo, que había financiado el primer manicomio público de Dublin, murió entre silencios. Sin embargo, hoy seguimos buscando respuestas a sus preguntas que retumban.