

La novela anticipó entonces discusiones sobre la filosofía de la ciencia, la búsqueda de la inmortalidad y los derechos de los animales, entre otras.
Y también retrató sin quebrantos verdades que la historia se encargó de maquillar. Señalaba el irreverente Swift, a través del inmenso Gulliver, sobre la aventura de las colonizaciones:
"Los piratas desembarcan para robar y saquear; descubren gente inofensiva, que los recibe amablemente; bautizan a ese país con un nuevo nombre y toman posesión en nombre de su rey; dejan constancia del hecho en un tablón o en una piedra.
Aquí comienza un nuevo dominio, adquirido por derecho divino. Los nativos son expulsados o aniquilados; sus príncipes torturados para que confiesen dónde está el oro; hay patente de corso para todos los actos de inhumanidad y lujuria; la tierra apesta a sangre..." (del capítulo IV: "A voyage to the country of the Houyhnhnms").
Swift siguió formulando interrogantes incómodos para la sociedad de su tiempo. Y por eso lo declararon loco: molestaban sus palabras. Y este irlandés tozudo, que había financiado el primer manicomio público de Dublin, murió entre silencios. Sin embargo, hoy seguimos buscando respuestas a sus preguntas que retumban.