miércoles, diciembre 24, 2008

Swift y el inmenso Gulliver



El primer libro que me regalaron, cuando estaba en segundo o en tercer grado del colegio Manuel D'Alzon, fue una versión adaptada e ilustrada de un clásico de la literatura universal: Los viajes de Gulliver, la excepcional obra de Jonathan Swift, una corrosiva sátira de la sociedad de principios del siglo XVIII.
La novela anticipó entonces discusiones sobre la filosofía de la ciencia, la búsqueda de la inmortalidad y los derechos de los animales, entre otras.
Y también retrató sin quebrantos verdades que la historia se encargó de maquillar. Señalaba el irreverente Swift, a través del inmenso Gulliver, sobre la aventura de las colonizaciones:
"Los piratas desembarcan para robar y saquear; descubren gente inofensiva, que los recibe amablemente; bautizan a ese país con un nuevo nombre y toman posesión en nombre de su rey; dejan constancia del hecho en un tablón o en una piedra.
Aquí comienza un nuevo dominio, adquirido por derecho divino. Los nativos son expulsados o aniquilados; sus príncipes torturados para que confiesen dónde está el oro; hay patente de corso para todos los actos de inhumanidad y lujuria; la tierra apesta a sangre..."
(del capítulo IV: "A voyage to the country of the Houyhnhnms").
Swift siguió formulando interrogantes incómodos para la sociedad de su tiempo. Y por eso lo declararon loco: molestaban sus palabras. Y este irlandés tozudo, que había financiado el primer manicomio público de Dublin, murió entre silencios. Sin embargo, hoy seguimos buscando respuestas a sus preguntas que retumban.

jueves, noviembre 20, 2008

Viejo, me faltó la carta


En su libro Bocas del tiempo, Eduardo Galeano escribió el siguiente texto, titulado El Padre:

"Vera faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerrada en casa. Al anochecer, escribió una carta a su padre. El padre de Vera estaba muy enfermo, en el hospital. Ella escribió:
-Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto.
Héctor Carnevale duró unos días más. Después, con la carta de su hija bajo la almohada, se fue en el sueño."


Me duele como un olvido, Eladio. Yo no escribí aquella carta.

jueves, octubre 23, 2008

La última velita


Sucedió el 16 de octubre de 2004, una semana antes del adiós de Eulalia, mi madre:

Ella esperó, ya sin palabras, mi cumpleaños.
Ella dejó espacio para ese festejo.
Para esa mano entonces agrietada.
Para ese contacto irrepetible, mínimo, perpetuo.
Miró con los ojos que pudo.
Los cerró, tenues, para dar fe del encuentro.
El último soplido acompañó la torta íntima.
Apagamos la única velita, solos, juntos.
Para siempre.

viernes, septiembre 12, 2008

Roto de tristeza, decidió irse...


A Eulalia ya se la habían llevado al Hospital Británico. Una enfermedad de las extrañas y de las finales no le había otorgado otro posible recorrido.
El perro Otto, ese dogo enorme con corazón enorme, se quedó en la casa de la calle Melián. A veces, solo. A veces, con Alejandro, mi hermano. Caminó triste por el Parque Saavedra y por las calles de Coghlan. Cada paso era una pesadumbre sin ganas. Miró desencantado el mundo.
Un día, cuando ya no había remedio, Otto --tan solo, con tanta añoranza-- se acostó en la última cama en la que había dormido Eulalia. Se quedó ahí hecho un ovillo, como cuando la acompañaba a mi mamá mientras ella trabajaba diseñando ropa, en el taller del fondo. No se quería levantar. Era un alma deshecha. Ya no ladraba. Le pesaban los ojos. Le dolía la ausencia. Se le moría la vida.
Otto se fue después. Roto de tristeza.

Post publicado desde Santiago de Chile.

martes, septiembre 09, 2008

Ese gato, los gatos, mis gatas...


Lo que sigue lo escribió el encantador Eduardo Galeano en su libro Bocas del tiempo, que me prestó María Angela Maino, tan de la Vecina Orilla como el escritor. Se titula Lord Chichester. Es también un homenaje a mis preciosas concubinas: Reina & Rana.

Una noche, en una playa de estacionamiento de las muchas que hay en Buenos Aires, Raquel Villagra lo escuchó llorar. Alguien lo había arrojado entre los autos, dentro de una bolsa. Lord Chichester tenía poco tiempo de nacido y ya era desteñido, cabezón y feo.Otra noche, muchas noches después, Raquel vio, desde la ventana, una silueta de cuatro orejas que se recortaban contra la luna llena. A la orilla del tejado, Lord Chichester y Milonga, que era del vecindario, estaban esperando, bien pegaditos, el eclipse de luna. Antes que el eclipse, llegó el enemigo. Aquella noche, en duelo de amores, Lord Chichester perdió un ojo de un zarpazo. Y desde entonces fue tuerto, además de desteñido, cabezón y feo.
Y otra noche, cuando Raquel y Juan Amaral estaban sumergidos en la más profunda de las dormidumbres, Lord Chichester los despertó a los chillidos. Los dos saltaron de la cama.
Chillaba Lord Chichester como si lo estuvieran desollando.
—Algo le duele —dijo Juan.
Lord Chichester se los llevó al fondo del corredor.
Raquel aguzó el oído:
—Hay una gotera —escuchó.
Deambulando por la antigua casona, ubicaron el plip-plop de la gotera en el baño.
—Ese caño siempre perdió —opinó Juan.
—Se va a inundar —temió Raquel.
Y discutieron, que sí, que no, hasta que Juan miró el reloj. Eran las cinco de la mañana. Bostezando, suplicó:
—Vamos a dormir—.
Raquel movió la cabeza:
—Lord Chichester está loco de remate.
Y se volvieron, perseguidos por el griterío del gato, que chillaba con desesperación.
Ya estaban por entrar al dormitorio, cuando el techo, viejo y agrietado, se desplomó sobre la cama.

miércoles, septiembre 03, 2008

Algunos retazos de los Emiratos

Dubai, una ciudad emblemática de la riqueza árabe.

En 2003 me tocó cubrir el Mundial Sub 20 de los Emiratos Arabes Unidos. Lo que sigue es una sucesión de breves retratos, de observaciones, de curiosidades de aquel recorrido. El rompecabezas empieza por el final.

Un adiós y sus impresiones
Ya es tiempo de despedida. Se terminó el Mundial Sub 20 en los Emiratos Arabes y el regreso es inminente. Y como todo final de viaje es una invitación a sacar conclusiones. La primera es clara: en este territorio se puede perder la capacidad de asombro. Y no sólo porque se trate de un universo tan distinto al occidental, sino también porque se vive otra realidad social, cultural, económica. Aquí no hay pobres, ni robos, ni secuestros, ni necesidades básicas insatisfechas... Es cierto, quizá haya otras carencias —incluso tan profundas como aquellas que se viven en Latinoamérica— pero no se ven por las calles de Abu Dhabi, nuestro último destino, ni en Dubai, Ajman o Sharjah.
Hay otro detalle que agrada: la voluntad general de satisfacer necesidades ajenas. Una lista de nuevos amigos es el mejor testimonio: Ahmed, el increíblemente generoso voluntario de Dubai; Marwan y Abdulla, los inclaudicables y simpáticos enlaces del seleccionado argentino; Abdala, el hombre de las dos esposas y la picardía porteña; Walid, el perfecto anfitrión de Ajman.
La última certeza alimenta el mito porteño de que en la Ciudad de Buenos Aires están las mujeres más lindas. En ninguno de los cuatro emiratos visitados hubo armonías, ni sonrisas tan agradables, ni ojos tan bellos como los de la última mujer que había mostrado Ezeiza, aún en el free shop del aeropuerto.

Vista de Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Arabes Unidos.

Navidad entre turbantes
Aquí, en este territorio de amplia mayoría musulmana, se festeja la Navidad con la misma naturalidad que en Madrid, Nueva York, Londres, Quito, Managua o Buenos Aires. En el Rotana Beach, sede de la delegación periodística argentina en el Mundial Sub 20, el árbol de Navidad es una presencia insoslayable en el lobby. En esta noche del miércoles (que acá se vive a ritmo de viernes, ya que el fin de semana es el jueves y el viernes) un montón de chicos y no tan chicos, con aspecto occidental corretean entre adornos y mozos vestidos de Papá Noel. En el medio, fumando un habano, está el técnico del seleccionado de los Emiratos Arabes Unidos, el inglés Roy Hodgson.
La postal del Rotana Beach no es una excepción. Cada hotel, cada shopping y muchas calles tienen algún emblema navideño. Y nadie mira con desconfianza. En pleno Abu Dhabi Mall, un trío de mujeres musulmanas escondidas tras sus ojos caminan sin sorpresa. Lo mismo sucede en el acceso al Marina Mall: tres adolescentes árabes ríen mientras una empleada filipina les ofrece pan dulce. Pasa en Abu Dhabi, la ciudad donde la Navidad también existe.

Un tal Abdulla
Abdulla Brida está aprendiendo español casi sin proponérselo. Ya no sólo dice "hola" y "gracias". Abdulla es el enlace de la organización con el seleccionado argentino. Y tiene peculiaridades de personaje: es un musulmán fashion. Allí anda con sus lentes espejados, con su barba de tres días siempre impecable, con sus túnicas de colores pastel y su turbante sin arrugas. Hace un gesto de reverencia cada vez que saluda. Y mucho más si se trata de argentinos. Ocurre que Abdulla es, a esta altura, casi un integrante más del grupo.
Tras el almuerzo en la concentración argentina, Abdulla se pasea por los pasillos inmensos para ver si alguien necesita colaboración. Es una constante: este árabe (nacido en Sharjah) de 34 años y sonrisa pequeña vive pendiente de complacer a los demás. Y ya siente como propio al seleccionado. Se percibe en cada actitud, y en sus palabras: "Muchachos, ayudemos al equipo...", dice con dificultades propias del que da sus primeros pasos en un idioma. Pero ese no es el aspecto más destacado: Argentina para él también es su equipo.
Abdulla es considerado en el cuerpo técnico como una suerte de talismán. Señala, en inglés sin inconvenientes: "We'll be the champions (seremos los campeones)". Luego, al repetir la frase en español, muestra un detalle sintomático: alguien del plantel le enseñó a decir "campeón".

El dueño
El Sheik (jeque) Zayed bin Sultan Al Nahyan es la máxima autoridad de los Emiratos Arabes Unidos. En realidad es bastante más que eso: es el dueño de casi todo Abu Dhabi y de la gran mayoría de las decisiones de gobierno del país. Tal condición lo convierte en un objeto de veneración: cada calle, cada espacio público, cada dependencia del estado, el puerto, el estadio de fútbol, cada diario, cada revista, todo o casi todo tiene una imagen de este señor de barba frondosa y mirada inquisidora. Allí, su rostro imperturbable parece de 40 años menos que los que en realidad tiene. Sus biografías autorizadas dicen que nació "alrededor de 1918". Desde 1971, cuando se configuraron los siete emiratos en un solo estado, ya independiente de Gran Bretaña, él comenzó a ser el presidente de este país próspero, en el que las carencias económicas no se cuelan por ningún rincón.
Cuando era un adolescente aprendió el arduo oficio de negociar con beduinos en el desierto. Cuentan que de esa tarea brotó su capacidad para ver negocios donde otros ven la inminencia de un fracaso. "La imaginación es el negocio más rentable", es su frase predilecta, casi un mandamiento.
Aquí, todo lo que Zayed dice es verdad absoluta. No hay espacio para cuestionamientos ni para segundas opiniones. Zayed es todopoderoso. Las únicas opiniones en contrario que puede escucharse son las de los otros jeques de los seis emiratos restantes. Pero la decisión final es patrimonio de Zayed. De hecho, aquí casi todo parece su patrimonio.

El arco iris terrenal
La segunda impresión de Abu Dhabi entrega una revelación: aquí la religión no es una cuestión cotidiana.
No se ven mezquitas a cada paso como en Sharjah o en Ajman, por ejemplo, ni se escuchan los rezos por altoparlantes. La capital de los Emiratos Arabes Unidos es definitivamente cosmopolita.
Por sus calles conviven filipinos, paquistaníes, sudaneses, etíopes, un puñados de europeos y/o norteamericanos en busca de negocios, chinos, kuwaitíes, indios, afganos... La mayoría de ellos y de ellas despojados de turbantes y de connotaciones religiosas. Tanto que, por momentos, en algunas avenidas del centro, da la sensación de no estar en el mundo musulmán.
El hotel Rotana Beach, sede de casi toda la delegación de periodistas argentinos enviados al Mundial Sub 20, entrega otro motivo para sostener esa impresión. Un vistazo inicial por su lobby demuestra que hay clientes y visitantes de todos los orígenes.
Sin embargo, luego de un par de días de hospedaje llega la certeza de que la segunda impresión también cuenta: en el centro de ese lobby inmenso y elegante, un árbol de Navidad tan grande como en las películas de Papá Noel espera la llegada del 24 de diciembre. A los costados se ve un montón de adornos tan impecables como típicamente navideños. Un detalle que por otro lado se hace repetido en todos los shoppings.
Sí, aquí en Abu Dhabi habrá episodios festivos cristianos. Y se vive con naturalidad. A la condición cosmopolita y múltiple de esta ciudad clave del Golfo Pérsico no le caben cuestionamientos. Como un arco iris terrenal.

Ciudad de petróleo
Debajo de este suelo de Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Arabes Unidos, hay tanto petróleo que permite toda esta riqueza que se posa ante los ojos naturalmente, sin ostentación, pero sin disimulo. Con el desarrollo de la industria petrolífera en la década de 1970, el país recibió un gran flujo de inmigrantes dispuestos a aprovechar los beneficios del oro negro. De este detalle se entiende la configuración de la población, que se compone de un 19% de emiratíes, un 23 % de otros árabes e iraníes, y un 50 % de asiáticos del sur. En los accesos a la ciudad, arribando desde Dubai, las refinerías brotan a los costados de la ruta como las bananas en Brasil o como los cafetales en Colombia. Pero sucede algo llamativo, visto con ojos argentinos: el agua que baña las costas del Golfo Pérsico es cristalina. Y en consecuencia, las playas son testimonio de otro aspecto de la ciudad: alternativamente, a la sombra de Dubai, resulta un punto de atracción turístico.
Abu Dhabi es el más grande y el más poblado (más de 500.000 habitantes) de los siete emiratos. Y todas las autoridades federales se encuentran aquí. Incluido el Sheik Zeyed, la máxima autoridad de la ciudad y del país. El origen de Abu Dhabi data de 1769, cuando era un puerto comercial de paso obligado en la ruta hacia Oriente. Ahora sigue teniendo ese carácter estratégico que le permite ser un punto de referencia influyente en esta zona del Golfo.
Hay sol en el mediodía de Abu Dhabi, la nueva sede de Argentina en el Mundial Sub 20. Pero es un sol dosificado por una brisa y por una temperatura agradable. Claro, aquí está por llegar el invierno, ese invierno que nunca se parece a tal. Y ese dato que parece mínimo es casi una fortuna: aquí los veranos son casi imposibles de tolerar. En esa estación, la temperatura oscila entre los 35 y los 45 grados, con picos de más de 50. Una peculiaridad: cuando el termómetro alcanza o supera los 50 grados, en este país de tantos brillos se suspende la jornada laboral.

El Burj Al Arab de Dubai, el hotel más fastuoso del mundo.

Un hotel, siete estrellas
De tan fastuoso, el Burj Al Arab parece obsceno. Esa construcción que de lejos y de no tan lejos se parece a un velero de vidrio, es el hotel más caro y más alto del mundo. Lo primero es una certeza: la habitación más económica cuesta 1.300 dólares la noche y la presidencial, cerca de 7.000. Lo segundo es apenas un motivo de jactancia sin comprobación. De todos modos, su aspecto es imponente: tanto, que todos lo conocen como el hotel de siete estrellas. Y queda en Dubai, la ciudad de las tentaciones en medio del mundo musulmán. Allí, al lado del mar, rodeado de playas, está esa construcción fastuosa. Sólo visitarla requiere desembolsar 70 dólares.
Al entrar todo luce impresionante. La primera sensación es la de estar metido en un estudio de cine. La segunda, estar sumergidos en una nave submarina: dos peceras inmensas, con especies de todos los colores imaginables, permiten esa particularidad.
Hay restaurantes carísimos, bares carísimos, negocios carísimos. Cada espacio es un regocijo para la vista, pero también un cosquilleo a la conciencia, en un mundo en el que cada día hay más pobres. Pero los árabes no encuentran motivos para quejarse: aquí, en los Emiratos Arabes Unidos, el índice de desocupación no existe, sencillamente porque no hay desocupados; y es muy simple y para todos el acceso a la salud y a la educación.
En el piso 25 brota una curiosidad: un restaurant argentino en el que se puede comer las mejores carnes vacunas y bailar tango. Dos pisos más arriba, en una habitación presidencial que es tan grande como una gran casa, hay resquicio para espiar todos los lujos. Un detalle: allí, en alguno de los baños, hay perfumes parisinos para consumo de los clientes. Perfumes que cuestan casi lo mismo que una noche en varios de los hoteles del resto del país. Esos lujos sólo pueden ser patrimonio de pocos. Por acá pasaron Bill Clinton, Nelson Mandela, David Beckham y una extensa lista de millonarios y poderosos. Sucede aquí, en Dubai, donde la austeridad musulmana se toma descanso...

Dubai, la ciudad sin periferias
La mañana de Dubai tiene vértigo en todos sus rincones. Todo parece ser el centro. No hay periferias. Autos, autos, más autos. Gente, gente, más gente. Casi todos hombres, alguna mujer de origen europeo. Mucha elegancia, turbantes impecables, todo luce perfecto. Hay varias señales de prosperidad: en el recorrido, las obras públicas en marcha son una constante. Y por aquí no es tiempo de elecciones...
Oud Metha road es una suerte de boulevard, con flores de colores fuertes, con césped cuidado y cortado por especialistas, con aspecto residencial. A sus costados brotan colegios y escuelas de casi todas las comunidades árabes: se ven banderas de Sudán, Jordania, Irán, Omán, Pakistán...
No es todo: hay también un espacio para el asombro. Al lado de una escuela de origen inglés hay una iglesia católica: la Saint Mary's Catholic Church. En un país musulmán ese pequeño reducto es un motivo para la sorpresa.
Muy cerca de allí, cuatro torres de iluminación son la certeza de que el estadio Al Maktoom, que será hoy sede del partido de octavos de final entre Argentina y Egipto, está solamente a un puñado de cuadras.
El estadio tiene capacidad para 12.000 espectadores, pero su tamaño escueto no le resta ningún atractivo. Aquí hace de local el Al Nasr, uno de los grandes equipos de la liga de fútbol de los Emiratos Arabes Unidos.
Sheba Abdulrahman pregunta si todo está en orden. El es uno de los tantos voluntarios en esta sede de Dubai. Tiene algo que lo iguala con sus pares de Sharjah, nuestro destino anterior por estas tierras: la voluntad de complacer.

Joven y millonario
Es curioso: aunque su notable desarrollo se empecine en desmentirlo, este Estado recién cumplió la semana pasada 32 años como independiente. Y no sólo eso: hace apenas siete años se aprobó la Constitución Permanente que reemplazó a la Provisional de 1971.
Se le conoció con el nombre de Costa de los Piratas, Estados de Tregua y Omán del Tratado, y estuvo bajo protección británica desde 1892. El 30 de marzo de 1968, junto con Qatar y Bahrein pasó a formar la Federación de Emiratos del Golfo Pérsico. Pero esta federación quedó sin efecto al independizarse Qatar y Bahrein. En julio de 1971, seis de los emiratos (Abu Dhabi, Dubai, Sharjah, Ajman, Umm al Qaiwain y Fujayrah) constituyeron una nueva Federación; el séptimo, Rasal Khaimah, se mantuvo aparte hasta el 11 de febrero de 1972 en que se unió a los otros seis.
Sucede algo agradablemente llamativo aquí: en tiempos en los que en lugares bien cercanos hay guerras, entre otras cosas, por territorios, Emiratos Arabes Unidos entrega un gesto de tolerancia y de convivencia con sus vecinos. Sus límites geográficos con Qatar, Omán y con Arabia Saudita son difusos porque se encuentran en pleno desierto. Sin embargo, no se conocen episodios violentos relevantes entre ninguno de estos países. Quizá sea como dice el simpatiquísimo Ibrahim Abdalla, nacido y criado acá en Sharjah, ahora voluntario en el Mundial Sub 20: "Amigos, ellos son nuestros amigos... Como Bahrein, Kuwait. Sí, todos amigos..."


De miradas femeninas
Finalmente, antes de la despedida de Sharjah, se pudo comprobar: no todas las mujeres que viven en esta ciudad andan escondidas debajo de un turbante negro. La confirmación llega en el estadio. En la ciudad paradigmática de las restricciones religiosas hay lugar para excepciones.
Sarah Fahny nació en El Cairo, Egipto, hace 24 años. Tiene una belleza exótica y una voz agradable que le permite ser la voz del Sharjah Stadium. Ella no es musulmana y sueña con casarse y tener hijos con algún europeo. No usa turbante. Incluso parece que su ropa la compró en algún local de la calle Alvear o del Patio Bullrich.
Majide Hussein nació en El Salvador, pero su padre la envió a estudiar Publicidad a la Universidad Americana, una de las más prestigiosas del Golfo Pérsico. Tiene 22 años, habla español y es voluntaria en el Mundial Sub 20. Además, cuenta que es protestante y jura que jamás se pondrá un turbante. Y advierte que tampoco se vinculará con ningún árabe. Ella también anda a la búsqueda de algún europeo que le prometa "el paraíso".
Fatima Rabbani nació en Kabul, la capital del devastado Afganistán. Tiene 21 años y hace varios que su padre (el ex presidente afgano Buxhanuddin Rabbani) la hace pasear por el mundo. Ahora llegó a Sharjah para visitar a sus amigas. Sueña con ser periodista. Ella no anda buscando marido, ni europeos, ni nada. Llegó a los Emiratos Arabes Unidos para pasar algunos días divertidos en Dubai. Claro, en su permanencia por aquí, jamás se la verá escondida tras sus ojos claros.
Ellas son las excepciones de esta Sharjah despojada de bellezas femeninas. Hay otra excepción que brotó en la noche de ayer. Sobre la avenida King Faisal, en un edificio enorme y sin lujos, las luces de un arbolito de Navidad sorprenden. Es la certeza de que aquí no todos son musulmanes.

La pelota, ese motivo
En los Emiratos no llueve. De hecho, el promedio estimado es una vez cada cuatro meses. Pero ayer llovió: unas gotas que se parecieron más a una amenaza de tormenta que a la certeza de un chaparrón fueron la sorpresa en el recorrido de Sharjah hasta el vecino emirato de Ajman, donde el plantel argentino se entrenó.
Pero no fue el único detalle para el asombro. En el trayecto, ya en Ajman, un territorio despojado de la opulencia que —por ejemplo— ofrece Dubai, más de 40 chicos jugaban al fútbol en una cancha sin límites ni rayas de cal, con arcos maltrechos y sin red. Eran 20 contra 20, de distintas edades, con remeras de fútbol de equipos europeos, locales y hasta uno con la camiseta de la Selección argentina. Todo, en un país en el que la pasión del fútbol sigue floreciendo desde aquel inolvidable 1990, cuando el seleccionado local disputó su único Mundial de mayores, en Italia. A ninguno de esos chicos les importó la garúa. Había una pelota. Suficiente motivo para mojarse.

La próxima esposa
Ibrahim Abdalla es un personaje singular. Tiene 37 años, mucha simpatía, un turbante blanco, dos esposas y está en busca de la tercera. Ibrahim nació en Sharjah, la ciudad más musulmana de los Emiratos Arabes Unidos, y ahora trabaja como voluntario en el Mundial Sub 20. Hace de traductor en las conferencias de prensa posteriores a los partidos y colabora con las delegaciones que se alojan en el hotel Radisson, entre ellas la de Argentina. Sabe árabe, inglés y dos palabras en español ("hola amigo"). Pero su particularidad está en otro aspecto: es musulmán sin disimulo y está orgulloso de su religión, pero ríe con una picardía que parece escapada de algún rincón de Parque Patricios o de Barracas cuando se le pregunta por sus esposas.
Después de la tercera o cuarta sonrisa dice: "Tengo dos y voy por la tercera...". Cuenta que vive un día con cada una de ellas. Y que, por normas de la religión, debe brindarles el mismo trato en todos los aspectos (afectivos, económicos y todos los etcéteras que quepan en la imaginación). Y suelta una verdad sin objeciones: "Claro para tener varias esposas hay que tener también mucho dinero". Tanto que para poder casarse se requiere presentar avales económicos.
Eso sí, hay dos leyes inquebrantables: la primera es que no deben ser más de cuatro las mujeres y la segunda es que nada de lo que suceda con cada una de ellas debe ser dado a conocer. Ni siquiera, sus nombres a desconocidos. Por eso, Ibrahim prefiere callar ante esa pregunta: el musulmán de la picardía criolla nunca dirá cómo se llaman sus mujeres...

Sharjah Cultural Square, la primera escala.

Sharjah, esa muchachita religiosa
Sharjah es el emirato de la religiosidad y de la cultura árabe. Resulta casi imposible ver mujeres sin esos turbantes que las esconden, en algunos casos hasta los ojos. También es una constante cruzarse con una mezquita y con otra y con otra, todas ellas impecables ante la vista. Y termina siendo inevitable no escuchar los rezos que brotan de sus altoparlantes. Para cada habitante de este emirato la religión es sagrada, una cuestión de cada día, de cada momento.
Sharjah es también una ciudad en la que los museos forman parte de su geografía. Hay 14, entre los que se destacan el Al Hisn, el Al Mahatah, el Bait Al Gharb y el Islamic Museum. No sólo eso: el Souk es un mercado, pero su fachada parece la de un megamuseo. Al ingresar allí uno descubre varios de los encantos de la cultura árabe. Y advertirá uno de sus tesoros más preciados: la cordialidad de su gente.
En Sharjah no todos son árabes. En las partes menos atractivas y menos opulentas de la ciudad habitan muchos pakistaníes, en su mayoría, taxistas. Con una particularidad que resulta entre insólita y graciosamente patética: casi no hablan inglés y no conocen la ciudad. Por eso, a cualquier desprevenido le puede suceder lo siguiente: pedir ser trasladado al Sharjah Stadium y que lo terminen paseando por el estadio de Al Shaab o que lo inviten a ver un partido de Cricket. Eso sí, el viaje será invariablemente en un auto de lujo. Los coches menos suntuosos por acá son BMW o un Mazda modelos 92 o 93. Pequeños grandes lujos que permiten los petrodólares.

domingo, agosto 10, 2008

De ritos y de integración


Una moda de pertenencia
En Sudáfrica, el gusto por los deportes tiene también un carácter social: la mayoría de la población negra, los sectores más desfavorecidos, prefiere el fútbol; en cambio, la población blanca, la de mayores recursos económicos, opta por el rugby y por el cricket. Más allá de esa tendencia, hay particularidades: Bryan Habana, un moreno simpático y enorme, es el mejor jugador de los Springboks.Y en Soweto, localidad de las afueras de Johannesburgo con 3,5 millones de habitantes de raza negra, hay un club de rugby que nuclea a más de 200 chicos.
En el fútbol también hay contraejemplos: Mark Fish, un marcador central de raza blanca, es uno de los máximos ídolos de los Bafana Bafana, el seleccionado sudafricano. Una suerte de Daniel Passarella local, que jugó en la Lazio, de Italia, y que participó del Mundial 1998. Y figura en la Salón de la Fama de la Federación, junto a --por ejemplo-- Doctor Khumalo, ex delantero de Ferro, en los 90.
Pero las calles de Johannesburgo permiten demostrar que se trata de excepciones: la población negra camina con la camiseta del Liverpool, del Aston Villa, de Brasil y también de Argentina; los blancos lucen distintos modelos con inscripciones vinculadas al rugby. Como si se tratara de una moda de pertenencia social.


De ritos y de integración
Hay una afinidad que nace con la espontaneidad de lo natural. Sucede, simplemente. Faltan casi dos horas para el test match en el que los Springboks y Los Pumas homenajearán a Nelson Mandela por su cumpleaños número 90. El playón gigante del Ellis Park, una suerte de mega bar al aire libre, es una sucesión de cervezas que se consumen. En el medio, juntos, se abrazan hinchas argentinos llegados especialmente para la ocasión con hombres gigantes vestidos de verde. Entre todos sostienen una bandera que es un grito del rugby Puma: "Argentina existe". Y los sudafricanos saben el significado: es un pedido que ellos apoyan, que el Tres Naciones tenga cuatro participantes pronto.
El sol es tibio en el mediodía de Johannesburgo. Un cartel gigante dice que Ellis Park en realidad ahora se llama Coca Cola Park. A Butch, un gigante que no mide menos de dos metros y se necesitaría una balanza industrial para pesarlo, poco le importa. El bebe de una jarra en la que caben dos litros de cerveza. No es la primera ni la segunda.
En este lugar, hay muchos otros Butchs que llegaron más temprano: trajeron whisky para tomarlo puro, cervezas de todas las marcas y una parrilla doméstica para preparar unas salchichas que son la cara misma del colesterol. De fondo, se escuchan canciones ochentosas y noventosas: con Roxette, Bryan Adams y Mike & The Mechanics como los más aclamados. Luego se jugará un partido. Pero queda una sensación a esta altura: los ritos previos son más importantes que el juego en sí. En breve, a través de una pantalla gigante, hablará Mandela (no pudo estar presente debido a dificultades para trasladarse). Y se escuchará una ovación.
La mayoría de los que están sentados en las mesas son blancos, grandes y rubios. Pero por allí cerca están unos pequeñísimos morenos recién llegados de Soweto. Son un montón de simpatías que hablan en inglés y en zulú. Ellos pertenecen al Soweto Rugby Club y participaron esta semana de la clínica que ofrecieron Los Pumas y los Springboks. Se acuerdan de Manuel Carizza, con una sonrisa y una frase breve: "Buen chico, nuestro profesor". Ellos no toman cerveza. Juegan juntos con una pelota de rugby. Y se animan a enseñar una frase en su idioma: "N'Kosi Sikelele Africa" (Dios Bendiga a Africa).

Luces, sombras y temores
En Johannesburgo existe una ley no escrita que señala: "De día, todo; de noche, nada". De acuerdo con ello, mientras el sol ilumine sus calles y recovecos no hay un riesgo considerable de que algo malo le suceda. Pero la recomendación continúa: si ve la luna, escape tan rápido como pueda a su casa. Cuentan que entonces caminar por las calles es una osadía propia de quien desconoce tal mandamiento fundamental.
De lo primero se puede dar fe: con luz, Johannesburgo -y sobre todo la zona de Sandton, donde se hospedaban Los Pumas que enfrentaron a los Springboks- luce confortable, cercana, amigable. De noche, según cuentan, suceden las peores cosas.
Un detalle complementario sirve como testimonio: para el Mundial se armará una fuerza especial con más de 30.000 policías para garantizar la seguridad en cada una de las ciudades. La mayoría de ellos desarrollará su tarea en esta Johannesburgo tan encantadora y tan contradictoria.
Lo aconsejan en los hoteles, lo señalan las autoridades policiales en el aeropuerto, ya se lo habían comentado a Los Pumas en Buenos Aires, lo advierten los periodistas. "De día camine; de noche, si no está arriba de un auto andando, es mejor que se quede en su casa", repiten unas voces y otras. Con sólo asomar un poco la cabeza bajo la oscuridad de Johannesburgo se percibe esa paz que antecede a la tragedia. Al menos eso indican quienes conocen los secretos de la ciudad. E intentar comprobarlo no es, claro, el mejor plan.

Post publicado desde Johannesburgo, Sudáfrica.

miércoles, agosto 06, 2008

N'Kosi Sikelele Africa


Contrastes de cada esquina
Johannesburgo es también un territorio de contrastes. No hay matices: el Mercedes Benz flamante, carísimo y blanco es un extremo; en el otro, a unos 10 metros, dos jóvenes flaquísimos de no comer miran el auto desde el último retazo de sol de la tarde. Y así, como esa escena se ven a cada paso incluso a un puñado de cuadras del lujoso Sandton Sun, donde se hospedan Los Pumas que el sábado enfrentarán a los Springboks.
Esta ciudad es la capital de la provincia de Gauteng, la más rica del país y la cuarta economía del Africa subsahariana. Tal vez por eso, para los zulúes, Johannesburgo es simplemente iGoli (lugar de oro). Sin embargo, para muchos otros habitantes del lugar, siempre tendientes a abreviar palabras, es "Joburg" o "Jozi".
En Sandton, la geografía donde habitan los que más dinero tienen, hay edificios gigantes y modernos centros de convenciones; shoppings y autos de lujo. Pero también asoma la otra cara por sus calles prolijas: la de los desamparados y excluidos que piden un rand para sumar varios y comer lo que se pueda. Sucede acá, en el rincón más favorecido, de la ciudad más rica de la primera economía de Africa.


Regina Church, en Soweto.

Bajo el cielo de Soweto
No es un día más bajo el cielo de Soweto. El sol tibio agrada y no parece una casualidad: se trata de la tarde perfecta para cada uno de esos chicos que, ahora, tienen cerca a quienes nunca tuvieron cerca. Bryan Habana, el mejor rugbier del último Mundial, se revuelca por el piso con ellos. Cerca del impresionante wing sudafricano, miran asombrados dos de los integrantes de Los Pumas, Benjamín Urdapilleta y Alfredo Lalanne. Un poco más allá se mezclan Percy Montgomery y Schalk Burger con Alberto Vernet Basualdo y Esteban Lozada. Y junto a Los Pumas y a los Springboks brotan más de 200 chicos. No importa si son blancos o negros o mestizos. Juegan todos juntos al rugby con los mejores profesores que se puede tener en la actualidad. El detalle pasa inadvertido, pero tiene un valor simbólico enorme: es la primera vez que el seleccionado sudafricano de rugby, ahora campeón del mundo, concurre a Soweto.
Por allí, sobre un costado del campo de juego donde todos se divierten, anda también Hugo Porta, embajador argentino en Sudáfrica entre 1991 y 1995 y profundo admirador de Nelson Mandela. Está en Soweto en su condición de presidente de la Fundación Laureus (versión Argentina), que promueve el deporte como una posibilidad de cambio. Le dice a Clarín: "Es muy importante entender lo que se puede conseguir a través del rugby y del deporte. Por ejemplo esto, integración. Para estos chicos, esto es un día inolvidable".
El evento, desarrollado en el Soweto Rugby Club, es una novedad. Hay caras de perplejidad también en Los Pumas que concurrieron (los titulares se quedaron descansando en el hotel de Johannesburgo, por decisión del cuerpo técnico). Sucede que Soweto es justamento eso: una sucesión de asombros. Se trata de un lugar emblemático de los tiempos del apartheid. Allí nacieron, en 1976, las principales protestas de la población negra por la negativa gubernamental a enseñar en idioma inglés.
También cerca de Dobson Ville, donde ahora Los Pumas dan cátedra en la tierra de los Springboks, vivió Nelson Mandela. Y aún ahora habita Desmond Tutu, el arzobispo anglicano que en 1984 ganó el Premio Nobel de la Paz por su militancia contra el racismo.
Esta zona rezagada y excluida durante tanto tiempo tuvo también otra visita de un deportista argentino: en marzo de 1981, Santos Benigno Laciar le ganó por el título mundial a Peter Mathebula, en el Orlando Stadium, a apenas 10 minutos del Soweto Rugby Club. En aquella ocasión, durante los días duros del apartheid, organizar una pelea allí parecía una inmensa osadía de Tito Lectoure. Hubo entonces un operativo de guerra, con varios centenares de policías y militares. Ahora, la sensación es otra: alcanza apenas con un protocolar patrullero para la llegada y la partida del plantel argentino. Acontece, por ejemplo, que cada chico que participa del evento es una alegría que camina, que corre, que pasa la pelota, que tacklea, que se divierte. Como Maweth, un niño habitante de Soweto, que invita desde su cuerpo pequeño y su boca inmensa a todos a jugar con él. No le alcanzan los segundos para tanta felicidad. Cerca de ese chico que parece salido de la película brasileña Ciudad de Dios, Marcos Ayerza, Rafael Carballo, Lucas Borges, Hernán Senillosa, Alvaro Galindo y Manuel Carizza les explican ejercicios con la pelota ovalada. Todos escuchan. Y miran con un entusiasmo inevitable.
Ya cerca del final, Los Pumas, los Springboks, los de Soweto, los de Sandton, los de Johnannesburgo se juntan para cantar canciones en sus idiomas originales. Los argentinos se animan con el "Arroz con leche"; los sudafricanos, con "N'kosi sikelele Africa" (Dios bendiga a Africa) y con "Die Stam" (La Llamada). La escena y las canciones parecen un himno a la integración. Y allí están los rugbiers argentinos, encantados, formando parte de la tarde que Soweto jamás olvidará.


Ese nombre, ese hombre
Nelson Mandela está en todos los rincones de Johannesburgo. Aparece en esa inmensa estatua oscura que lleva su cara y su nombre, en la plaza que también tiene que ver directamente con el Premio Nobel de la Paz de 1993: se llama Mandela Square.
A un puñado de cuadras, un centro de convenciones también le rinde tributo a ese hombre que estuvo 27 años preso, a consecuencia de su militancia contra el apartheid, la política de discriminación racial.
Los comercios y los shoppings también adoptaron el rostro, el nombre, el apellido y hasta los apodos (Madiba y Mkhulu) para ofrecer productos: tazas, remeras, colgantes, ceniceros, gorros. Incluso, Mandela también impone modas: sus emblemáticas camisas multicolor brotan de las vidrieras de los locales de ropa.
En las librerías sucede algo similar: ofrecen biografías y relatos de distintos autores sobre la vida de este hombre que fue presidente de Sudáfrica entre 1994 y 1999 y símbolo de una búsqueda cotidiana, la del fin del racismo.
El sábado también habrá un homenaje: se presentarán los Springboks frente a Los Pumas, en el marco de los festejos de los 90 años que cumplió el 18 de julio. Mientras, su sonrisa mínima y su mirada mansa aparecerán por todos los rincones de la ciudad.

Post publicado desde Johannesburgo, Sudáfrica.

jueves, julio 17, 2008

Benditas sus manos


A Fernando Gabrich lo conocí a principios de esta década por los días compartidos en Clarín. Puedo decir que mi simpatía nació abrazada también a un gol de su hermano Iván, ese grito tremendo para el 2-1 contra San Lorenzo, el 10/9/2000. Pero más allá de que la distancia no nos hizo amigos, siempre existió afinidad.
El es de Chovet, una localidad de 3.000 habitantes en el departamento General López, al sur de la provincia de Santa Fe. No muy lejos de donde nacieron mi mamá y mis tíos, General Gelly. Allí, el campo es un modo de vida, un trabajo, una búsqueda cotidiana y leal. Allí, no se especula con la comida de la gente...
¿Para qué seguir yo? En el texto que continúa el mismo Fernando Gabrich, destacado periodista e inminente escritor, cuenta las sensaciones de quien vio y vivió el esfuerzo de sol a sol. Lo hace desde la Barcelona que habita hace seis años. Como si ahora, el voto de Julio Cobos fuera --entre otras cosas-- una reivindicación para las benditas manos de sus familiares.

Hoy soy feliz viejos. Hoy lloré por las calles de Barcelona. Nadie aquí podía entender mis lágrimas y mi cara de alegría. Me daba igual. Lloré y fui feliz porque mi mente los vio a ustedes felices, en la cama mirando TN y abrazados con los ojos cansados por tantos meses de angustia, de tensión, de irrespetuosidad.
Hoy soy feliz Papi. Te vi como si estuviera sentado al lado de la cama tomando mates con vos. Te vi como no parabas de llorar, como descargabas tanta angustia de todos estos meses en lo que te llamaron hasta golpista y oligarca. ¿Golpista vos que cuando fue el golpe del 76 estabas con el culo sentando arriba del tractor y haciendo lo que único que te enseñó el abuelo Nicola: laburar la tierra. ¿Oligarca vos Papi? ¿Vos, que llegabas a las 2 de la madrugada, con tierra y mugre hasta en los oídos por culpa de la cosechadora que siempre daba problemas? ¿Oligarca a vos? que con 13 años te subías a un tractor a trabajar y tu único anhelo era poder terminar de arar o de sembrar para poder jugar el domingo para San Martín.
Al fin Papi. Al fin un reconocimiento.
Hoy soy feliz Mami. Hoy no pude contener las lágrimas luego de hablar por teléfono con vos. No pude porque nadie tiene el derecho a maltratarte como lo han hecho en estos días. Nadie, por más gobernante que sea, tiene el derecho de imponer. Que saben ellos de las noches que pasaste sola, cuidándonos, porque papi tenía que trabajar. Que saben ellos, los que hablan de cuatro por cuatro, cuando vos andabas en una bicicleta de piñon fijo que te rompía las canillas pero que era lo único que el abuelo te podía comprar. Que saben ellos de criar pollos porque comprarlos en el almacén era muy caro, que saben de juntar los huevos en el gallinero, de preparar dulce de leche casero para la merienda con mate cocido.
Al fin Mami. A fin un reconocimiento.
Hoy soy feliz viejos.
Porque lo vi a Marcos llorando plena madrugada de Rosario abrazado a Yessi, sin importarle un carajo tener que ir al trabajo sin dormir y luego, seguir estudiando para poder recibirse.
Hoy soy feliz.
Vi como Iván se cruzaba hasta la habitación de Ema para decirle: se pudo Emita, se pudo. Vi como una lágrima se escapaba de los preciosos ojos achinados de Ana. La imagine pensando, se pudo. Se pudo.
Hoy soy feliz viejos.
Hoy por fin, después de 34 años y desde la distancia, vi triunfar a la Argentina que no quiere divisiones, ni patoterismo, ni engaños.
Hoy soy feliz.
Por ustedes. Se merecían un reconocimiento.

Fernando.
Barcelona, 17 de julio de 2008.


Post publicado desde Mar de las Pampas.

martes, junio 17, 2008

Finding the Euro

Dinamarca, sorprendente campeón de la Eurocopa en 1992.

Roberto Fontanarrosa solía contar que para él los espacios temporales de referencia estaban vinculados con los Mundiales de fútbol. A muchos nos pasa algo parecido. En mi caso particular, además, podría agregarle a un torneo presuntamente ajeno: la Eurocopa.
El primer recuerdo no tan difuso está asociado con la camiseta de Holanda en la edición de 1988. Con Leandro Sessarego, compañero en tiempos del primario en el Manuel D'Alzon, coincidíamos en que era la mejor de todos los tiempos: tenía distintos tonos de naranja, figuras geométricas, todo una novedad para esos días.
En la de 1992, que se jugó en Suecia, me hice hincha del equipo imposible, Dinamarca. Y con un Schmeichel impresionante se consagró tras arribar como invitado por azares geopolíticos (la exclusión de Yugoslavia). Recuerdo haber llegado tarde a la práctica del equipo del San Román, a consecuencia de quedarme a ver la final frente a Alemania. Me sentí un talismán de aquella consagración.
La de 1996, en Inglaterra, me invita a rememorar mis primeros días en Clarín: vi la final, con Olivier Bierhoff como superhéroe, en la redacción. Y me sorprendí: a casi nadie en la Sección Deportes le importaba mucho el desenlace del partido decisivo entre Alemania y la República Checa. Primero, me pareció insólito. Más tarde leí El Diario de la Argentina, un libro mordaz del impresentable Asís... Y comencé a comprender.
La edición de 2000, jugada en Bélgica y Holanda, la observé más desde el lugar periodístico y del juego. El éxito de Francia era entonces un atentado para mi sensación de que la Argentina del admirable Bielsa era el mejor seleccionado del mundo. Zidane y compañía parecían los dueños del mundo futbolístico, luego de consagrarse como locales en el Mundial de 1998.
A la Euro de 2004, en Portugal, soñé con ir a verla; pero no pudo ser. Y el título de Grecia resultó, luego, inspirador para cada torneo en el que participó mi querido Huracán: pensaba que si ellos pudieron construir un milagro futbolero, todos podemos.
Y ahora, la versión 2008, me convoca a recordar las visitas compartidas con mi mamá Eulalia a esos territorios suizos y austríacos que serán sede de este "Mundial sin Argentina ni Brasil" (esa suerte de lugar común razonable con el que se la suele referir a la Euro). Por todo eso, este torneo para mí tiene también las propiedades de un espejo, un lugar en el que me puedo observar y repasar distintas etapas; y hasta reconocer variadas personas que fueron parte de esos días en los que el campeonato europeo de naciones resultaba una geografía parecida a Neverland.

Osvaldo Bayer, estupendo periodista e historiador, escribió el siguiente texto vinculado a la Eurocopa 2008 en el diario Página 12, el sábado 7 de Junio de 2008. Se trata de un retrato del lado menos grato, que existe, pero que no se exhibe...

Mucho circo y poco pan

Desde Bonn, Alemania.
Toda Europa se prepara para el Campeonato Europeo de Fútbol que comienza hoy. Si comparamos los espacios en los medios de comunicación que se le han dedicado a la Conferencia Mundial de Alimentación que acaba de finalizar con las páginas y páginas que se dedican a los comentarios y reportajes de fútbol, son diez a uno. Diez para el fútbol y uno para el hambre mundial que esa conferencia ha dejado en claro: 800 millones de seres humanos padecen hambre en el mundo; la mayoría, por supuesto, niños. Diez goles a uno: toneladas de papel sobre jugadores, pronósticos, entrenadores, hinchadas. Otros diez golazos en contra para los pobres del mundo.
Que los hay en todos los países. Desde el primer mundo hasta el tercero, cuarto. Sí, leamos por ejemplo el informe de la Asociación Federal de la Mesa Alemana. Es una organización de ayuda a hombres, mujeres y niños que no pueden alimentarse bien por falta de medios. Actualmente, se atiende a 800.000 necesitados en toda Alemania. Se les entrega pan, productos lácteos, fruta y verdura. La razón de este aumento de pobres es la suba que han tenido últimamente los precios de alimentos. Justamente ayer, viernes, se instaló la llamada “mesa larga de la solidaridad”, de 200 metros de largo, en Magdeburgo. Eso se llama verdadera solidaridad. Esta organización comenzó en 1993 en una ciudad y hoy ya hay 785 filiales en las diversas regiones alemanas. Tienen 35.000 ayudantes voluntarios que solicitan a los supermercados, panaderías o carnicerías la donación de productos sobrantes. El presidente de esta organización, Gerd Häuser, declaró a la revista Stern: “La red social no existe más en Alemania. Muchos que reciben del Estado ayuda por desocupado y jubilado, pero también madres solas con hijos, ya no llegan a comer todos los días sin nuestra ayuda”. Agregó que “cada vez aumenta más el numero de niños y los adolescentes que necesitan ayuda. Ya están llegando a una cuarta parte de los que vienen a nuestras mesas. En algunas ciudades llegan ya hasta el 40 por ciento”.
Pienso en la Argentina. En los generosos comedores infantiles que se han ido organizando en casi todos los barrios pobres, a los cuales hay que ayudar. Sí, en el país de las espigas de oro. Hambre, hambre.
El gobernador de Buenos Aires, Scioli, ha dicho hace algunas horas: “Con los alimentos no se jode”. Claro que no. Justamente lo que pasa en la Argentina, donde se ha volcado, como protesta, leche a las zanjas, ha ocurrido en estos días en Holanda y Alemania. Una revista alemana muestra cómo en Holanda se han bañado chicos y grandes con leche derramada por los productores. Que se derrame la leche, que se arrojen a las carreteras los cereales, habla de falta de sentido de respeto a la vida. ¿Por qué esa leche no se llevó gratis a las escuelas y a los comedores infantiles y de adultos o se repartió en los barrios pobres? Lo mismo con los otros productos que se tiraron a la basura. Hubiera sido más directa y simpática dicha protesta si hubieran llamado a la puerta de cada casa y obsequiado a cada uno un vaso de leche. Pero claro, el problema no se reduce a la leche que tiraron o no. No se jode con los alimentos, pero también hay que empezar a gritar: no jodan con la tierra, no jodan con los bienes que pertenecen a todos. Con retenciones o no retenciones no se soluciona el problema fundamental, sino con una reforma agraria bien estudiada, de fondo, en libertad y debate. Por ejemplo, impedir propiedades de tierras mayores a treinta mil hectáreas –como principio– y propender a la formación de cooperativas agrarias con los verdaderos trabajadores de la tierra. Una sociedad verdaderamente democrática no puede permitir que sean las empresas pulpos las que nos digan cuánto tendremos para comer y cuánto se dará para biocombustibles, o se siembre sólo aquello que les da más ganancias. La tierra es un bien público y no de las tendencias del mercado. Son las necesidades de todos los habitantes las que tienen que regir y no de aquellos que paran por unas horas en Puerto Madero. Con la tierra no se jode, tendría que ser el lema argentino.
Lo hemos podido comprender en la reciente Cumbre Mundial sobre la Alimentación, en Roma. Donde concurrieron 40 jefes de gobierno y 4747 delegados. (Nos imaginamos lo que debe haber costado ese encuentro.) Bien, pero ¿qué se resolvió? Primero digamos que por lo menos se comprobó de acuerdo con cifras oficiales que 850 millones de habitantes viven todos los días con hambre y están desnutridos. Que más de una cuarta parte de la suba de precios de los alimentos se debe a los negocios especulativos que se hacen con ellos. (Los argentinos debemos tener bien en cuenta justamente eso y preguntémonos: quién hace los negocios especulativos.)
Quedó claro en la reunión esto de las especulaciones cuando se puso el ejemplo de Ucrania, donde subió de pronto el precio del trigo en un tercio cuando se resolvió dedicar más tierra al cultivo de la colza. O cuando Bush anunció que se iba a promover el bioetanol e instantáneamente se duplicó el precio del azúcar. El Banco Mundial ha declarado que cuando se propuso el aumento de las llamadas “plantas energéticas”, subió el precio de los alimentos entre el 30 y el 70 por ciento. Oficialmente se dijo que hay peligro de hambre en treinta y tres países. Lo dijo en el Congreso el representante de la organización de Ayuda contra el Hambre en el Mundo: “En esta reunión se tendría que haber discutido el peligro de las prácticas comerciales que distorsionan la seguridad de la alimentación de los países en desarrollo.” No, eso no se hizo. Porque, ¿quién le pone el cascabel al gato del sistema? Es un papel que, sin ninguna duda, tienen que tomar en sus manos las organizaciones de derechos humanos del mundo entero, porque nada se puede esperar de delegados que sirven como lacayos de los gobiernos. Es un papel que desde hace mucho tiempo tendrían que haberlo tomado también las iglesias. Pero hasta ahora han dado como única solución recomendar ponerse a rezar. O embellecer todo con palabras que parezcan profundas. En el actual conflicto argentino, el cardenal Bergoglio ha pedido a las partes en litigio un “gesto de grandeza”. ¿Gesto de grandeza a quienes siempre aspiran a ganar más? El mismo cardenal ha empleado la palabra “concordia”. ¿“Concordia” a un sistema que nos ha llevado a esto? Multimillonarios y pobres de pan duro.
No, los problemas hay que solucionarlos y tienen que prevalecer las búsquedas de soluciones para los problemas de los que no tienen ni siquiera para ponerles un pan en la mesa a sus hijos. Porque si no la “concordia” a la que se llegue en la Argentina va a merecer el título que el diario alemán Frankfurter Rundschau le acaba de dar a la conferencia de la Alimentación de Roma: “Gran circo y poco pan”. Ninguna receta contra el hambre.
¿Para eso se gastó tanto en este congreso? Casi cinco mil delegados para ese resultado final.
Pero no todo está perdido, como siempre, el destino nos trae de pronto un hecho humilde, pero logrado con todo coraje civil. Me llega un mensaje de que en Lanús, en mi país argentino, se cambió oficialmente el nombre de la calle coronel Federico Rauch por el nombre de un obrero de ese barrio desaparecido en 1976. Asistió el intendente al acto cumpliendo así la resolución del Concejo Deliberante. Se cumplía así un sueño. Terminar con la glorificación de ese militar mercenario contratado por Rivadavia “para exterminar a los indios ranqueles”. A los cuales degollaba “para ahorrar balas”, como lo dice en sus comunicados. En 1963 pedí en la ciudad bonaerense de Coronel Rauch que el pueblo votara otro nombre. Por ese pedido fui preso 63 días ya que el ministro del Interior de la dictadura militar de ese tiempo era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto directo del mercenario. Y ahora en Lanús, a 45 años de mi pedido, se daba el primer paso para bajar del pedestal a quien iniciaba una línea que iba a terminar con la matanza de Roca, que iba a dar el paso a la repartición de la tierra y al origen de los dueños de la tierra que hoy obligan a marcar el rumbo de nuestra economía.

sábado, junio 07, 2008

Espíritu papelero


El Día del Periodista fue establecido en 1938 por el Primer Congreso Nacional de Periodistas celebrado en Córdoba, en recuerdo del primer medio de prensa con ideas patrióticas. El 7 de junio de 1810 Mariano Moreno fundó la "Gazeta de Buenos Ayres", primer periódico de la etapa independentista argentina. Sus primeros redactores fueron Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli.

El Día del Periodista resulta también, claro, el Día de Osvaldo Ardizzone. Porque él fue, sobre todo, un irrepetible. Un personaje tan único que se convirtió en paradigma del periodismo bien escrito. Un hombre de las redacciones y de la bohemia. Lo conocí a través de lo que me contaron quienes compartieron sus días y sus noches, como Héctor Cardozo y Horacio Pagani. Era un tipo sensible, lúcido, frontal, entrañable. Un grande sentado a la mesa de los notables con Roberto Arlt, García Márquez, Rodolfo Walsh, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano, Juan Gelman... Falleció el 8 de enero de 1987. Nadie lo olvidó.

Lo que sigue es una de sus columnas llamadas Hombre Común, publicada en junio de 1980, en la revista Goles Match. El, mejor que nadie, contó el Día del Periodista. O como tituló su texto: "El día de los papeleros".

Quería contarte, Juan, que el último sábado anduve ahí de festejos... ¿Juergas? No... Bachín de frente. Medio tuco y medio al pesto rociado con una variedad "de la casa" de las capas etílicas de los Greco que recién se hace amigo en la cuarta botella... ¡Qué vas a hacer, Juan! El triste fin de un enólogo... Antes, en las celebraciones, el pedigreé del vino te lo denunciaba el corcho añejo. Ahora, para abreviarte el
trabajo de investigación, te baten que la tapa de hojalata es la más moderna...
Fijate vos, Juan, nos reunimos unos cuantos "muchachos" para conmemorar el día del periodista, el día nuestro, el de los "papeleros" -como nos bautizaron los sagaces filólogos del lunfardismo- y el tema de la noche fue, justamente, ése. El aditamento del calificativo "moderno" para justificar todo tipo de pseudo y artificioso vanguardismo...
Y, como era natural, de la enología con tapa de hojalata, pasamos al laburo nuestro... ¿Sabés que ese bautismo de "papeleros", además de ocurrente, es el más acertado? Porque el periodismo siempre fue el afectuoso matrimonio de una hoja de papel y una máquina de escribir. O el encuentro de una hoja de papel y una pluma de ganso, mucho antes que inventaran la typerwriter. Al cabo ¿qué es un periodista sin
papel y sin tinta?
Hace un par de semanas se presentó en la redacción un pibe que, entre el bagaje de sus dudas, traía esa misma pregunta... Nos contó que pertenecía a la Universidad de
Lomas de Zamora, donde le habían encargado un trabajo sobre ese tema... Y, frente a un pibe de veinte años que te observa con los ojos asombrados y ávidos de respuestas, te tenés que despojar del saco, de la camisa, y ofrecerle al strip tease de tu mayor sinceridad...
¡Vos querés escribir, no, pibe? -le pregunté. No, porque aunque parezca pintoresca la pregunta, si querés ser periodista, no es imprescindible que escribas... Se pueden leer noticias, hacer reportajes y preguntar, por ejemplo... "¿Qué opina usted de la popularidad?". O entrevistar a la reina del sorgo y sorprenderla con una aguda requisitoria como podría ser... "¿tiene usted novio?", o, en una de ésas... "¿es usted feliz?" ¡Hay tantas preguntas importantes para hacer! Además, pibe -le advertí-ni te imaginás la competencia que tendrás que enfrentar... ¿Por ejemplo, vos entendés de horóscopos, con preferencia en el aspecto sentimental? ¿Sabés decir, en el momento oportuno, un colalogo y volvemos?
Y volviendo al festejo de "nuestro día", te confieso que "el perlado de la casa" concluyó por sumirme en una densa melancolía... ¿Y a qué te lleva la melancolía? A la nostalgia... Entonces ni se como recordé -y lo comenté en la mesa- unas palabras que decía mi abuela cuando alguna de las muchachas casaderas del ghetto gringo, era festejada por unos de esos periodistas de aquel tiempo... Uno de esos tipos introducidos en un paletó ya raído, de ojos soñadores que parecían más profundos en la palidez hambruna de su cara angulosa. ¿Periodista? -preguntaba la abuela con acento profético... "Per la fame a persola vista", concluía en su dialecto invadido
de cocoliche. "Por el hambre perdió la vista". ¡Sí viviese la abuela!
No, abuela, ya no son más aquellos escuálidos idealistas de la sempiterna bohemia un tanto anárquica "que perdían la vista" en aquellos ayunos y en aquellas interminables vigilias en las que solían frecuentar el trato de los maestros, a la luz macilenta de un humeante quincé... Ya no sueñan con la encendida defensa de sus improstituibles convicciones. Queda muy poca lírica, abuela. Ahora, prevalecen más las ambiciones que los sueños... Hay otro espécimen que tipifica la profesión. Por otra parte, con un mínimo caudal de notoriedad se puede ser "firma" apetecible... Basta con llamarse Menotti, por ejemplo. O, en todo, caso, Vilas o Reutemann, o podría llamarse Omar Sívori... Una especie de Jet Set del periodismo, que nada tiene que ver con la esencia "papelera". ¡Ah manes de Frascarita, de Borocotó, de Last Reason, de Roberto Arlt...!
Después, quedan los profesionales en mimetismo político, los "hábiles" en promover campañas sutiles, los "gourmets" del reportaje, los expertos en la problemática "a nivel de pareja", los abnegados consejeros de la familia unida, los compla- cientes advenedizos, los que están enemistados con el idioma, los que se ponen palabras como camisas...
Estaba ya alta la madrugada cuando nos despedimos. En los quioscos ya estaban ordenando el tributo cotidiano que vomitan las gigantes rotativas. Noticias, noticias, el mundo, la Vida... Éramos cuatro los protagonistas del anónimo festejo... Los cuatro compramos el diario, como siempre, como toda la vida... "Fíjate lo que te predice el horóscopo" -me dijo Antonio con expresión burlona-. "En una de ésas, quien te dice, te toca echar buena..."
¿Y querés una confesión, Juan? Cuando me hube instalado en el tren que me lleva a mi refugio sureño, disimuladamente, le eché una mirada a Escorpio... "Gran semana para intentar negocios" -alcancé a leer-. "A nivel pareja, plenitud de sentimientos amorosos en los días ocho y nueve". Y agregaba el vaticinio... "Cuidado con el día diez", presagio que, para que te voy a negar, me preocupó bastante... ¿Vos te reís, Juan? ¡Qué vas a hacer! Uno concluye por adaptarse, como con las cepas etílicas de los Greco añejadas con tapitas de hojalata...
¡Ah, me olvidaba...! ¿Sabés que le dije al pibe de la Universidad? Que le meta adelante con el periodismo. Que es la mejor profesión del mundo. Más que periodista, "papelero". Una hoja de máquina, un papel y... un montón de sueños... ¿Ouerés que te diga una cosa? Tenia la cara limpia y hasta le escuché el sonido cristalino de esa campana que todos los "papeleros" llevamos adentro...

martes, junio 03, 2008

Anónimo superhéroe

Leonardo Almanza define ante Sanmartino y con ese gol mandará a Excursionistas a la Primera C. Sucedió el 27 de mayo de 1995, en la cancha de Platense. Se trató de una tarde feliz para un barrio feliz, mi queridísimo Núñez de la niñez.

El siguiente texto lo publiqué en Clarín, en el suplemento deportivo del 2 de junio de este año. Se trata de un homenaje a quien permitió aquella alegría de hace 13 años, en plena adolescencia:

Almanza, el Poy del Bajo Núñez

Leonardo Almanza nunca jugó en la máxima categoría del fútbol argentino. Sin embargo, tiene su propio día en la historia: el 27 de mayo de 1995, hizo dos goles para Defensores de Belgrano en el último Clásico del Bajo, ante Excursionistas. La consecuencia fue devastadora para el club de La Pampa y Miñones: descendió a la C y nunca pudo regresar. Incluso este año corrió riesgo de descender a la D, la última categoría de la AFA, por primera vez en sus 98 años.
Para los hinchas del club del Bajo Núñez, aquel triunfo resultó el más importante de la historia reciente de Defe, que ahora milita en la Primera B. No sólo eso: cada mes de mayo se celebra en la cancha de Comodoro Rivadavia y Avenida del Libertador la Copa Almanza, un torneo entre hinchas para evocar aquel encuentro disputado en Platense. El año pasado el rito incluyó la participación de Almanza, quien como en aquella tarde de 1995 definió ante la salida de un arquero ocasional para delirio del pueblo defensorista. Algo parecido a la fiesta que desarrollan cada 19 de diciembre los hinchas de Rosario Central con la Palomita de Poy, por aquel gol ante Newell's, en 1971, en el Monumental.
Almanza nació el 22 de enero de 1974, en Merlo. Llegó a Defensores en 1993 y jugó hasta 1995. En 1998 regresó por un puñado de partidos. En total, disputó 33 encuentros e hizo apenas cuatro tantos. También se puso la camiseta de All Boys, Temperley y Deportivo Italiano. Entre la segunda y la tercera categorías, actuó en 101 encuentros y convirtió 18 goles. El también sabe que aquellos dos gritos bajo el cielo de Vicente López no tendrán olvido. Por las dudas, de todos modos, los hinchas de Defensores de Belgrano se lo recuerdan todos los años, cuando llega mayo y brota la añoranza inevitable. Como sucedió ayer.

martes, mayo 27, 2008

Maestros sin pizarrón


Nacho Uzquiza, amigo y compañero en algunos proyectos especiales de Clarín, me convocó para participar en su muy buen blog: Periodismo de los buenos. Y procuré mantener el espíritu de Tributo: la gratitud para esas personas significativas que se brindaron generosamente en nombre de que sea mejor.

XXXX

Un autor desconocido escribió lo que sigue:

Quisiera hoy detenerme
Para hacer un homenaje
A ese ser tan importante
Que modifica la vida
De quien lo encuentra y transita
Con dolor, con alegría
A través de su faena.

Es el principio de un poema titulado "Maestro", una suerte de tributo a todos aquellos que de algún modo recorrieron --incluso sin pretenderlo-- tal camino.

Fui al colegio San Román, en Belgrano, desde Jardín de Infantes hasta quinto año. Tuve docentes a los que quise, a los que valoré y a los que aún recuerdo. Muchos de ellos fueron entrañables formadores en el marco de las aulas.

Después empecé la carrera de Derecho en la UBA, me recibí de Periodista Deportivo, estudié Publicidad en la UADE y ahora estoy cursando Sociología en la UNQ. En todos y en cada uno de esos lugares me encontré con profesores capaces y de los otros; con algunos cuyas clases eran una invitación al asombro; con otros que se permitían romper la asimetría de la relación con el alumno en nombre de una mejor llegada... Disfruté a muchos y padecí a unos pocos.

Pero en ese recorrido que ya lleva tres décadas conocí otros maestros, a partir del ingreso al día a día de la profesión. Me crucé con tipos que no necesitaron pizarrón para enseñar. De ellos aprendí lo mejor: un puñado de leyes no escritas; algunos secretos respecto de cómo advertir ventajeros; la certeza de que siempre lo primero es la idea; la capacidad para soportar derrotas; la confianza en que después de un vendaval siempre asoma una oportunidad; el valor de la reunión con amigos como medio para crecer, para conocer; la militancia por cierta bohemia en retirada...

El Flaco Aisenberg fue el primer crack. Un gesto ampuloso y su divina verborragia transformaban un error en una lección. Todo con un sentido del humor eficaz e invariablemente con el término justo. Cuentan quienes comparten cada día con él que aquellas escenas no perdieron actualidad.

Casi en simultáneo, conocí a Pedrito, el papá de Nacho Uzquiza. Créanme: cada regreso compartido en auto hasta Callao y Arenales, donde me despedía, era una clase de la vida. Y una resurrección de un Buenos Aires con otros códigos, con personajes menos acartonados y menos individualistas.

El Negro Cardozo, amigo de Pedro, resultó siempre un remanso en ese vértigo habitual de los editores. Cada café con él era (y es) un mundo que se revela: aquel Rosario de vivillos queribles, aquel fútbol sin nomenclaturas catastrales (nada de 3-3-1-3 o 4-3-1-2 o 3-5-1-1 como solemos referir ahora), aquella vida en la que había lugar para lo lúdico y para los ritos del barrio.

Más tarde, ya en 2001, llegó Oscar Barnade, aquel Angel del Puerto que leía en la Sólo Fútbol. Redescubrí, gracias a él y con él, un montón de historias encantadoras. Encontré todos los elementos para demostrar que el fútbol no empezó con el Profesionalismo en 1931, ni con la Libertadores en 1960, ni mucho menos con TyC en los 90. Pero sobre todo, Oscar significó un espejo para celebrar un aspecto imprescindible de cualquier tarea: la pasión.

Más cerca en el tiempo, y también por los vaivenes de la profesión, apareció delante mío el inmenso Beto Angeletti: un catedrático de la sencillez. Escucharlo es estar en etapa de formación permanente. Un hombre capaz de contar en cinco minutos y sin vueltas lo que a algunos les viene costando varias temporadas de palabras huecas y aburridas.

Ellos, sin querer, me invitaron a mejorar, a conocer, a hurgar, a mirar, a pensar, a ofrecer. Ellos, también sin querer, resultaron y resultan mis maestros sin pizarrón. Por eso, ahora, Flaco, Pedrito, Negro, Oscar, Beto: brindo mis disculpas por no ser lo bueno que ustedes merecen. Por no entregar razones para su orgullo. Sepan perdonar.

domingo, mayo 18, 2008

Un espacio de pertenencia

Ser hincha de Huracán es como señalo en el Blog Quemero: "No se trata de la seducción de algún éxito pasajero; tampoco de una imposición de la implacable parafernalia mediática. Ser quemero es una cuestión de pertenencia. Una preciosa herencia inmodificable." Por eso hoy, ante la inminencia del clásico contra San Lorenzo, escribí lo que sigue. También pensando en mi viejo, Eladio, que si estuviera, se habría ubicado bajo el cielo de este domingo en la bandeja del medio, sobre la calle Gavilán, en el Diego Maradona.


Hoy.
Hoy estaremos todos.
Hoy creo que todo es posible.
Hoy vas a estar vos y mi viejo, que ya no está.
Hoy quiero arrancarme el corazón y tirarlo a la cancha, a modo de tributo.
Hoy vamos a ser un montón, seguro.
Hoy estaremos los que sabemos de dolor futbolero, los que sufrimos jugar en Quequén y en Villa Krause.
Hoy gritaremos sin pausa aquellos que lloramos en la cancha de Vélez, contra Italiano.
Hoy dejaremos la garganta por una reivindicación deportiva, por un triunfo memorable.
Hoy llevaremos los talismanes de los días felices y recientes: los que facilitaron el gol del Turco, en la cancha de Los Andes; los que se abrazaron a la noche y con Di Carlo, en el Ducó, contra Quilmes; los que fueron a Mendoza, para ganarle a Godoy Cruz...
Hoy creeremos que el espíritu de anteriores victorias también estará: el inmenso uruguayo Pedro Barrios, el Guapo Flores, Iván Gabrich, la Bruja Berti, Emanuel Villa..
Sí, sí, hoy tenemos que estar todos. Hoy, como cuando los dejamos sin bicampeonato y en silencio, en el Nuevo Gasómetro, en el tan cercano noviembre.
Hoy, hoy más que nunca, tengo la fe de los que ya no están, pero aparecen como duendes indelebles. Los de la década del 20; los de Masantonio y de Baldonedo; de Mellone y de Ricagni; del Inglés y de Miguelito; del Loco Houseman... Y de todos los que vinieron después...
Hoy, justo hoy, quiero aferrarme a la posibilidad de una fiesta, de un domingo para la historia.
Hoy, dejame que sea hoy, quiero que San Lorenzo se quede de rodillas...

viernes, mayo 02, 2008

Melián, Platense, el Polaco y La Sirena


Saavedra, en su difuso límite con Coghlan, fue la escenografía de toda mi adolescencia. Nos mudamos a la casa de Melián, a la vuelta del emblemático restorán La Sirena, cuando tenía 13 ó 14 años. Para volver del San Román me tomaba el 130, cuando todavía lucía su condición de tricolor: azul, rojo y blanco. También pasaban (y siguen pasando) el 76, que me llevaba a La City y a Federico Lacroze, y el 67, que me trasladaba primero a la Cultural Inglesa de Belgrano y luego al diario, allá lejos en Constitución.
Allí, en ese Saavedra tan porteño y tan propio, desarrollé ritos barriales que ya son imposibles: ir a comprar El Gráfico y/o la Sólo Fútbol, el lunes a la noche, recién llegados al kiosko de la Avenida; o pasar por la casa de videojuegos en los que todavía estaba el ochentoso Ms. Pac Man; o buscar la pizza en la esquina de Crisólogo Larralde y Del Tejar, cuando el delivery no era todavía una comodidad; o pasear a Dandy o a Otto por el Parque Saavedra; o escuchar mitos y leyendas del Polaco Goyeneche, asiduo concurrente a La Sirena; o simpatizar por cercanía con algunas circunstancias históricas de Platense; o... (continuará)

Lo que sigue lo publiqué en Clarín, en abril de 2002. Y tiene que ver con esa herencia de los días de ese difuso límite entre Saavedra y Coghlan:

Platense es paradigma del club barrial, una suerte de fervor de Buenos Aires criado en Saavedra y luego volcado a su frontera más cercana, Vicente López. Es el club del Polaco Goyeneche, el del sabor a tango, el que se fundó con espíritu burrero, el 25 de mayo de 1905: ese caballo ganador de nombre Gay Simon permitió sumar los primeros billetes para construir un equipo de fútbol; el jockey fue el inspirador de los colores de la camiseta, marrón y blanco; y el stud le aportó su nombre, Platense. Ese club entrañable que tuvo su estadio primero en Manuela Pedraza y Blandengues y luego en Crámer y Manuela Pedraza, ahora sufre más de lo que goza al borde de la General Paz.
Platense es ese club que debutó en Primera en 1913, en tiempos del amateurismo, que fue subcampeón en 1916, que coqueteó con su gloria más grande en el Metropolitano del 67 cuando el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía lo eliminó en semifinales tras un partido épico, que terminó 4-3. Platense es el mismo que cobijó figuras como Eduardo Oviedo, Julio Cozzi, Antonio Báez, Miguel Juárez, Raúl Grimoldi, Carlos Bulla, Sebastián Gualco, Santiago Vernazza, Carlos Alfaro Moreno, Eduardo Coudet. Platense es el mismo que se pasó buena parte de su vida riéndose en la cara al descenso: como en el 77, el 78, el 79, como en casi cada año de la década del 80, como en ese 1986 del Pampa Gambier y la definición con infartos contra Temperley, en desempate. Platense es el equipo que alimentó su fama, casi con carácter de leyenda, de Fantasma del descenso rompiendo cualquier pronóstico de adiós. Platense es también ese equipo que hoy padece su descenso, el segundo en tres temporadas, el primero a una tercera categoría. Por eso el sábado —20 de abril de 2002— quedará como el más triste de su historia, el día que hirieron de muerte a ese fantasma peligroso para los rivales y querible para todos.

sábado, abril 26, 2008

El cielo gira


En Aldealseñor, un pueblo de Soria, España, quedan sólo 14 habitantes, la última generación de mil años de historia ininterrumpida. Hacia allí fue ella, la directora del documental, Mercedes Alvarez, tras los pasos de su gente, tras su identidad, para reconstruir el rompecabezas de su infancia, para darles vida a los que impulsaron la de ella, para rendirles homenaje a quienes ya no están. El resultado es una entrañable película, El cielo gira, en la que encontré un espíritu idéntico al de este Blog: la voluntad del merecido tributo a las raíces.

Cine:


Un fragmento de El cielo gira.

Más:
Detalles de la película, en IMDB.

martes, abril 01, 2008

En un rincón de Núñez y de la infancia


Defensores de Belgrano fue, es y será para siempre un encatador pedazo de mi vida. Allí, en la vieja canchita de papi que ya no está, la del corner de la tribuna que da a IMOS, jugué varios de mis mejores partidos de fútbol, cuando iba a la Colonia del Club. También en ese escenario en el que a los compañeros de equipo se los elegía luego del ya desaparecido pan y queso conocí a varios amigos de los tiempos de niño: como Pablito Corigliano y Damián Onzari, acompañantes en las primeras tropelías. O como el Armenio Emiliano Chimchirian, ya en los primeros años de la adolescencia. O como tantos personajes que, a la distancia, adquieren un carácter entre mágico y difuso.

Vívía en la casa de Campos Salles, a tres cuadras y media de la estación Núñez. Siempre fui hincha de Huracán, pero ir a Defe formaba parte de la agradable rutina barrial. Y por añadidura, en paralelo a la militancia quemera, brotó con naturalidad un espacio rojinegro en el corazón. Claro, Defe era el lugar en donde el mundo del fútbol se revelaba. Ver los botines del Torito Zuviría, saludar a Hugo Cantero, desearle suerte a Reginaldo y hasta jugar a las cartas con Fabio Sánchez y Fumaroni, un delantero juvenil que solía ir al emblemático solarium de la pileta del Club, era parte de ese fascinante ambiente. Incluso mi hermano Alejandro, mi ídolo deportivo de ese tiempo, jugaba en las inferiores hasta que comenzó el CBC.

En el Club, también, descubrí las primeras chicas guapas de la vida. Esas historias de Primaria que invariablemente nadie olvida porque conducen al beso inaugural. Carolina, Romina, Roxana, Aída... Aquellas inocencias sin interrupción.

Esto, entre otras cosas, es Defe para mí. Por eso, cuando Martín Sánchez --talentoso y sensible periodista de Clarín-- se decidió a escribir el Libro del Club y me convocó para que redactara el capítulo de los tiempos fundacionales lo tomé como un regalo bendito. Fue como un homenaje a aquellos días, a aquel rincón de Núñez y de la infancia.

Lo que sigue es el primer tramo de ese texto.

El sueño de los héroes
Era un Buenos Aires en el que el Carnaval tenía el valioso significado que el tiempo y algunos hábitos modernos deshicieron. El carnaval era, en las primeras décadas del siglo pasado, como lo contó Adolfo Bioy Casares en El sueño de los héroes. Una suerte de berretín entrañable e inevitable, con alegrías y excesos, con el culto por la amistad y por la juerga.

El carnaval recorría los barrios, con su color y sus misterios, con sus guapos y sus minas. En 1906, en el barrio de Belgrano, empezó --entremezclado con el carnaval-- la vida de un club ya centenario. En el libro Club Atlético Defensores de Belgrano: Historia de una pasión se relata: "Una barra de amigos alegra el corso y se gana el corazón de los vecinos. Habían conformado una ruidosa comparsa y con esa mezcla de espíritu alegre y picardía en sus canciones, donde la armonía musical importa menos que el mensaje cargado de doble sentido, redondean una exitosa actuación".

Según cuenta la historia y también la leyenda, el 25 de mayo de 1906, el día de la fundación del club, había dos grados de temperatura a las seis de la mañana. Aquel mismo grupo de jóvenes entusiastas, que había llamado toda la atención con su bullicio en pleno carnaval, se reunió en la esquina de Monroe y O'Higgins para poner en común un deseo compartido: jugar al fútbol. Y para no tener que esperar hasta el carnaval siguiente, deciden fundar un club al que resuelven llamarlo Defensores de Belgrano Foot-ball Club.

Todos ellos tenían una prioridad lúdica. Sólo los movilizaba el deseo de jugar al fútbol en la plaza del barrio, entonces ubicada entre las calles Nahuel Huapí, Arcos, Guanacache y O'Higgins, y participar en las Ligas Independientes de Buenos Aires. El primer presidente elegido Juan Pasquale, al que secundaron Miguel Giacomelli, Jaime Cortella, Eduardo Molinari y Francisco Sasso. Cuatro horas después del comienzo de la reunión, y cuando el termómetro ya no mostraba la inclemencia de los dos grados, ellos ya tenían un acta fundacional de diez puntos. El espíritu de aquel reglamento es también un mensaje para este tiempo: "Formar una única comunidad de belgranenses, buscando el bien común, la fraternidad, y el alto espíritu de solidaridad que aquí nos convoca. Y alimentar los sueños de grandeza que el barrio y cada uno de sus habitantes merece, enriqueciendo su ya distinguido acervo cultural".

Luego de ese día fundacional, la institución fue tomando forma, pero siempre con la bohemia involucrada. Las primeras reuniones y asambleas, por ejemplo, se desarrollaron entre las achuras y los costillares de la carnicería de los hermanos Pasquale. Sin embargo, la primera sede provisoria fue el local de O'Higgins y Monroe. Y desde allí salió el primer equipo que vistió la camiseta de Defensores de Belgrano, integrado por: Juan Bramante; Carlos Puriccelli y Juan Pasquale; Pedro Luna, Felipe Bordegaray y Santiago Ravizza; Raúl Bonahora, Ramón Puente, Arnulfo Leal, Mariano Acerbi y José Alejandro Pasquale. Como suplente, José Giulidore...
En un principio la camiseta era de color celeste con vivos rosas. Pero luego cambió por los definitivos rojo y negro, que tomó de un club que se había fundado en Montevideo, unos meses antes, llamado entonces Misiones Foot-ball Club. El mismo club al que hoy se conoce como Miramar-Misiones.

La primera cancha estuvo en la en la actual Plaza Alberti, en el barrio de Belgrano. Pero en 1910 la perdió porque la municipalidad remodeló la plaza. En esta cuestión, la historia nos ofrece dos versiones. Una cuenta que gracias a las gestiones del Sr. Berón de Astrada ante las autoridades municipales, se logró el otorgamiento de un terreno dentro del predio que ocupaba la Sociedad Sportiva, donde hoy se encuentra el club. La otra sostiene que el Barón Demarchi, Director de Paseos de la Municipalidad de Buenos Aires y gran amigo de Jorge Newbery (también inspirador y mecenas de Huracán en sus días fundacionales), ofreció una fracción de tierra ganada al río, un predio situado entre las calles Republiquetas, Blandengues y el Arroyo Maldonado. A partir de entonces, fue clave el consejo de Angelito Pasqueale, hermano del presidente del club, quien aconsejó elegir la esquina que forma el Arroyo Medrano (hoy entubado y que corre debajo de la calle Comodoro Rivadavia) con la Avenida Blandengues (hoy Avenida del Libertador). En aquel tiempo, esa esquina que era un retazo de barro.

La razón que inspiraba a Angelito era sencilla: aprovechar las gradas de madera que la Municipalidad había dejado allí apiladas, tras el del desfile militar del centenario de la patria. Así, los tablones terminaron siendo las primeras tribunas y con ellos se construyeron las casillas que se utilizaron como vestuarios. Y así se hizo. Con el esfuerzo de socios, jugadores, dirigentes e hinchas, que trabajaron de sol a sol a cambio del orgullo de pertenencia, el club tuvo su cancha definitiva...

Fuentes:
"Club Atlético Defensores de Belgrano: Historia de una pasión" (de Román Queiroz).
"Historia del Fútbol Amateur en la Argentina" (de Jorge Iwanczuk, 1992).
Sitio web del club: www.defe.com.ar.
Boletines del Centro de Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF).
Oscar Barnade, historiador y periodista de Clarín.

sábado, marzo 15, 2008

Recuerdos sin descenso


Ariel Scher es un notable periodista que da clases más allá de los márgenes de las aulas. Está ahí, con tiempo para escuchar casi todo y a casi todos. Está ahí, con palabras para acompañar dolores y deshacer angustias. Está ahí, sin quebrantos, para los días duros. Está ahí, para invitar inquietudes, para sacudir lugares comunes, para resucitar leyendas y memorias. Está ahí, también, para ubicar las palabras mejor que cualquier otro par, para decir, para contar, para mostrar un mundo a través de un espejo fascinante: el fútbol.

Lo que sigue es un texto que él publicó en Clarín en agosto de 2007, en su columna De Rastrón. Ayer lo releí. Y redescubrí, como sostiene el sabio pescador del relato, el espíritu de este blog: "Los recuerdos nunca se van al descenso".

Memorias del pueblo donde el fútbol era la medida de todas las cosas

Fue en un pueblo apoyado sobre el río donde la sobrina del Roto nació, creció y aprendió que los penales son una excusa para que la Tierra quede brevemente en silencio. Según contó el propio Roto en el Bar de los Sábados, su escenario semanal para rememorar partidos y oler café, en ese pueblo el fútbol era el centro de todas las cosas. Tanto que, por ejemplo, los pescadores usaban viejos gajos de pelota como carnadas y les funcionaba con éxito porque hasta los cardúmenes, contagiados por la gente, eran futboleros. Para la sobrina del Roto, la vida resultó una combinación de armonía cotidiana y goles emocionantes mientras la albergó ese sitio. Pero una tarde, empujada por las mismas tentaciones y los mismos misterios que empujan a millones, se mudó a la gran ciudad.

Antes de que nadie le hiciera alguna pregunta en el Bar de los Sábados, el Roto detalló con el alma lo duros que se hicieron los días para su sobrina en la gran ciudad. Había mucho fútbol, desde luego. Pero no era el centro de todas las cosas. En la gran ciudad, vertiginosa, devoradora y brutal, nada era el centro de todas las cosas y miles de individuos se desplazaban sin parar, como si cada uno fuera una flecha indiferente. Es cierto que se producían goles emocionantes pero tampoco eso traía sensaciones de armonía. "Mi sobrina respiraba una vez abrumada y otra vez angustiada y hasta llegó a creer que en la gran ciudad no quedaba espacio para el silencio ni siquiera cuando había un penal", relató el Roto, como si estuviera impregnado de aquel estado abrumador y angustiante.

Con los años, y de nuevo igual que millones, la sobrina del Roto se terminó acomodando a la gran ciudad. Hizo estudio, hizo trabajo, hizo tardes de tribuna, hizo hijos. Y lentamente perdió el espanto a las multitudes indiferentes. Pero le surgió otro miedo: el miedo a olvidar. La aterraba la posibilidad, que intuía certera, de haber perdido en el pasado las lógicas de ese pueblo, su pueblo, en donde el fútbol era la referencia máxima y, sobre todo, un eje alrededor del cual circulaba una existencia de calmas. Entonces volvió.

Encontró al pueblo un poco idéntico y un poco diferente. Ansiosa, fue hasta el río y le confesó al primer pescador que tuvo adelante la dimensión de ese miedo que la perseguía. El pescador la escuchó con paciencia de pueblo, la entendió con tanta naturalidad como un goleador que cuenta cómo definió una final, y le devolvió una frase bien de tribuna, una sola, con la que de una sola vez le quitó para siempre los miedos, le certificó que en ese pueblo y en miles de pueblos el fútbol seguía siendo un recurso para explicar el mundo y le confirmó que ni se había olvidado ni jamás se olvidaría de nada:

-Puede quedarse tranquila: los recuerdos nunca se van al descenso.
En el Bar de los Sábados, el Roto contó que, entonces, su sobrina abrió los ojos felices y vio cómo el pescador, todo un sabio, sacaba de las aguas un ejemplar precioso. Por supuesto, usaba una carnada hecha con viejos gajos de pelota.