viernes, enero 25, 2008
Ritos, de ayer a hoy
Jugar al Ms. Pac Man era una suerte de vicio dosificado, pero inevitable. Era el único juego que me generaba cierto entusiasmo. Ni siquiera los de fútbol me invitaban a gastar un par de moneditas en un fichín. Aquel rito nació de acompañar a mis hermanos a la casa de juegos electrónicos de Puente Saavedra, allá arriba, en el primer piso, sobre Maipú, del lado de Provincia. Y continuó cerca de la casa de Melián, ya en tiempos del secundario: habían puesto jueguitos sobre Avenida Del Tejar. No es jactancia, claro, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que no hice el récord en un Ms. Pac Man.
Disculpen, me gustaba (y me gusta) ese juego. Tal vez porque me recordaba instantes de ocio o momentos del fin de semana, de esos domingos de visitas a lo de la tía Irma, ahí donde empieza Vicente López y se termina la parte más linda de Núñez, pegadito a la General Paz y a la estación Rivadavia. Cuando el helado Luxor era el premio de alguna buena nota.
Ahora, de vacaciones en Mar del Plata, vi que seguía estando el Ms. Pac Man, una típica máquina ochentosa. Probé de jugar una ficha. Hice el récord. Jugaba igual, con la misma celeridad, con idéntica voracidad. No pude evitarlo: los días siguientes, de pasada, regresé.
Y sucedió algo curioso sobre el Playland de la Avenida Colón. A partir de las tres de la mañana no permiten menores de 18 años. Entonces, mientras Adriana esperaba que terminara con aquel rito impropio de alguien que ya cumplió 30, un muchacho de seguridad del local se acercó para corroborar lo evidente: "Documentos, chicos..." Me reí. Nos reímos. En ese instante mínimo, más allá de lo inesperado e insólito, sentí que había regresado a los días de Puente Saavedra, cuando empezaba a huir y/0 a comer a esos cuatro fantasmas que respondían y responden a nombres que memorizo: Inky, Blinky, Pinky y Clyde.
Post publicado desde Mar del Plata.