miércoles, septiembre 03, 2008

Algunos retazos de los Emiratos

Dubai, una ciudad emblemática de la riqueza árabe.

En 2003 me tocó cubrir el Mundial Sub 20 de los Emiratos Arabes Unidos. Lo que sigue es una sucesión de breves retratos, de observaciones, de curiosidades de aquel recorrido. El rompecabezas empieza por el final.

Un adiós y sus impresiones
Ya es tiempo de despedida. Se terminó el Mundial Sub 20 en los Emiratos Arabes y el regreso es inminente. Y como todo final de viaje es una invitación a sacar conclusiones. La primera es clara: en este territorio se puede perder la capacidad de asombro. Y no sólo porque se trate de un universo tan distinto al occidental, sino también porque se vive otra realidad social, cultural, económica. Aquí no hay pobres, ni robos, ni secuestros, ni necesidades básicas insatisfechas... Es cierto, quizá haya otras carencias —incluso tan profundas como aquellas que se viven en Latinoamérica— pero no se ven por las calles de Abu Dhabi, nuestro último destino, ni en Dubai, Ajman o Sharjah.
Hay otro detalle que agrada: la voluntad general de satisfacer necesidades ajenas. Una lista de nuevos amigos es el mejor testimonio: Ahmed, el increíblemente generoso voluntario de Dubai; Marwan y Abdulla, los inclaudicables y simpáticos enlaces del seleccionado argentino; Abdala, el hombre de las dos esposas y la picardía porteña; Walid, el perfecto anfitrión de Ajman.
La última certeza alimenta el mito porteño de que en la Ciudad de Buenos Aires están las mujeres más lindas. En ninguno de los cuatro emiratos visitados hubo armonías, ni sonrisas tan agradables, ni ojos tan bellos como los de la última mujer que había mostrado Ezeiza, aún en el free shop del aeropuerto.

Vista de Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Arabes Unidos.

Navidad entre turbantes
Aquí, en este territorio de amplia mayoría musulmana, se festeja la Navidad con la misma naturalidad que en Madrid, Nueva York, Londres, Quito, Managua o Buenos Aires. En el Rotana Beach, sede de la delegación periodística argentina en el Mundial Sub 20, el árbol de Navidad es una presencia insoslayable en el lobby. En esta noche del miércoles (que acá se vive a ritmo de viernes, ya que el fin de semana es el jueves y el viernes) un montón de chicos y no tan chicos, con aspecto occidental corretean entre adornos y mozos vestidos de Papá Noel. En el medio, fumando un habano, está el técnico del seleccionado de los Emiratos Arabes Unidos, el inglés Roy Hodgson.
La postal del Rotana Beach no es una excepción. Cada hotel, cada shopping y muchas calles tienen algún emblema navideño. Y nadie mira con desconfianza. En pleno Abu Dhabi Mall, un trío de mujeres musulmanas escondidas tras sus ojos caminan sin sorpresa. Lo mismo sucede en el acceso al Marina Mall: tres adolescentes árabes ríen mientras una empleada filipina les ofrece pan dulce. Pasa en Abu Dhabi, la ciudad donde la Navidad también existe.

Un tal Abdulla
Abdulla Brida está aprendiendo español casi sin proponérselo. Ya no sólo dice "hola" y "gracias". Abdulla es el enlace de la organización con el seleccionado argentino. Y tiene peculiaridades de personaje: es un musulmán fashion. Allí anda con sus lentes espejados, con su barba de tres días siempre impecable, con sus túnicas de colores pastel y su turbante sin arrugas. Hace un gesto de reverencia cada vez que saluda. Y mucho más si se trata de argentinos. Ocurre que Abdulla es, a esta altura, casi un integrante más del grupo.
Tras el almuerzo en la concentración argentina, Abdulla se pasea por los pasillos inmensos para ver si alguien necesita colaboración. Es una constante: este árabe (nacido en Sharjah) de 34 años y sonrisa pequeña vive pendiente de complacer a los demás. Y ya siente como propio al seleccionado. Se percibe en cada actitud, y en sus palabras: "Muchachos, ayudemos al equipo...", dice con dificultades propias del que da sus primeros pasos en un idioma. Pero ese no es el aspecto más destacado: Argentina para él también es su equipo.
Abdulla es considerado en el cuerpo técnico como una suerte de talismán. Señala, en inglés sin inconvenientes: "We'll be the champions (seremos los campeones)". Luego, al repetir la frase en español, muestra un detalle sintomático: alguien del plantel le enseñó a decir "campeón".

El dueño
El Sheik (jeque) Zayed bin Sultan Al Nahyan es la máxima autoridad de los Emiratos Arabes Unidos. En realidad es bastante más que eso: es el dueño de casi todo Abu Dhabi y de la gran mayoría de las decisiones de gobierno del país. Tal condición lo convierte en un objeto de veneración: cada calle, cada espacio público, cada dependencia del estado, el puerto, el estadio de fútbol, cada diario, cada revista, todo o casi todo tiene una imagen de este señor de barba frondosa y mirada inquisidora. Allí, su rostro imperturbable parece de 40 años menos que los que en realidad tiene. Sus biografías autorizadas dicen que nació "alrededor de 1918". Desde 1971, cuando se configuraron los siete emiratos en un solo estado, ya independiente de Gran Bretaña, él comenzó a ser el presidente de este país próspero, en el que las carencias económicas no se cuelan por ningún rincón.
Cuando era un adolescente aprendió el arduo oficio de negociar con beduinos en el desierto. Cuentan que de esa tarea brotó su capacidad para ver negocios donde otros ven la inminencia de un fracaso. "La imaginación es el negocio más rentable", es su frase predilecta, casi un mandamiento.
Aquí, todo lo que Zayed dice es verdad absoluta. No hay espacio para cuestionamientos ni para segundas opiniones. Zayed es todopoderoso. Las únicas opiniones en contrario que puede escucharse son las de los otros jeques de los seis emiratos restantes. Pero la decisión final es patrimonio de Zayed. De hecho, aquí casi todo parece su patrimonio.

El arco iris terrenal
La segunda impresión de Abu Dhabi entrega una revelación: aquí la religión no es una cuestión cotidiana.
No se ven mezquitas a cada paso como en Sharjah o en Ajman, por ejemplo, ni se escuchan los rezos por altoparlantes. La capital de los Emiratos Arabes Unidos es definitivamente cosmopolita.
Por sus calles conviven filipinos, paquistaníes, sudaneses, etíopes, un puñados de europeos y/o norteamericanos en busca de negocios, chinos, kuwaitíes, indios, afganos... La mayoría de ellos y de ellas despojados de turbantes y de connotaciones religiosas. Tanto que, por momentos, en algunas avenidas del centro, da la sensación de no estar en el mundo musulmán.
El hotel Rotana Beach, sede de casi toda la delegación de periodistas argentinos enviados al Mundial Sub 20, entrega otro motivo para sostener esa impresión. Un vistazo inicial por su lobby demuestra que hay clientes y visitantes de todos los orígenes.
Sin embargo, luego de un par de días de hospedaje llega la certeza de que la segunda impresión también cuenta: en el centro de ese lobby inmenso y elegante, un árbol de Navidad tan grande como en las películas de Papá Noel espera la llegada del 24 de diciembre. A los costados se ve un montón de adornos tan impecables como típicamente navideños. Un detalle que por otro lado se hace repetido en todos los shoppings.
Sí, aquí en Abu Dhabi habrá episodios festivos cristianos. Y se vive con naturalidad. A la condición cosmopolita y múltiple de esta ciudad clave del Golfo Pérsico no le caben cuestionamientos. Como un arco iris terrenal.

Ciudad de petróleo
Debajo de este suelo de Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Arabes Unidos, hay tanto petróleo que permite toda esta riqueza que se posa ante los ojos naturalmente, sin ostentación, pero sin disimulo. Con el desarrollo de la industria petrolífera en la década de 1970, el país recibió un gran flujo de inmigrantes dispuestos a aprovechar los beneficios del oro negro. De este detalle se entiende la configuración de la población, que se compone de un 19% de emiratíes, un 23 % de otros árabes e iraníes, y un 50 % de asiáticos del sur. En los accesos a la ciudad, arribando desde Dubai, las refinerías brotan a los costados de la ruta como las bananas en Brasil o como los cafetales en Colombia. Pero sucede algo llamativo, visto con ojos argentinos: el agua que baña las costas del Golfo Pérsico es cristalina. Y en consecuencia, las playas son testimonio de otro aspecto de la ciudad: alternativamente, a la sombra de Dubai, resulta un punto de atracción turístico.
Abu Dhabi es el más grande y el más poblado (más de 500.000 habitantes) de los siete emiratos. Y todas las autoridades federales se encuentran aquí. Incluido el Sheik Zeyed, la máxima autoridad de la ciudad y del país. El origen de Abu Dhabi data de 1769, cuando era un puerto comercial de paso obligado en la ruta hacia Oriente. Ahora sigue teniendo ese carácter estratégico que le permite ser un punto de referencia influyente en esta zona del Golfo.
Hay sol en el mediodía de Abu Dhabi, la nueva sede de Argentina en el Mundial Sub 20. Pero es un sol dosificado por una brisa y por una temperatura agradable. Claro, aquí está por llegar el invierno, ese invierno que nunca se parece a tal. Y ese dato que parece mínimo es casi una fortuna: aquí los veranos son casi imposibles de tolerar. En esa estación, la temperatura oscila entre los 35 y los 45 grados, con picos de más de 50. Una peculiaridad: cuando el termómetro alcanza o supera los 50 grados, en este país de tantos brillos se suspende la jornada laboral.

El Burj Al Arab de Dubai, el hotel más fastuoso del mundo.

Un hotel, siete estrellas
De tan fastuoso, el Burj Al Arab parece obsceno. Esa construcción que de lejos y de no tan lejos se parece a un velero de vidrio, es el hotel más caro y más alto del mundo. Lo primero es una certeza: la habitación más económica cuesta 1.300 dólares la noche y la presidencial, cerca de 7.000. Lo segundo es apenas un motivo de jactancia sin comprobación. De todos modos, su aspecto es imponente: tanto, que todos lo conocen como el hotel de siete estrellas. Y queda en Dubai, la ciudad de las tentaciones en medio del mundo musulmán. Allí, al lado del mar, rodeado de playas, está esa construcción fastuosa. Sólo visitarla requiere desembolsar 70 dólares.
Al entrar todo luce impresionante. La primera sensación es la de estar metido en un estudio de cine. La segunda, estar sumergidos en una nave submarina: dos peceras inmensas, con especies de todos los colores imaginables, permiten esa particularidad.
Hay restaurantes carísimos, bares carísimos, negocios carísimos. Cada espacio es un regocijo para la vista, pero también un cosquilleo a la conciencia, en un mundo en el que cada día hay más pobres. Pero los árabes no encuentran motivos para quejarse: aquí, en los Emiratos Arabes Unidos, el índice de desocupación no existe, sencillamente porque no hay desocupados; y es muy simple y para todos el acceso a la salud y a la educación.
En el piso 25 brota una curiosidad: un restaurant argentino en el que se puede comer las mejores carnes vacunas y bailar tango. Dos pisos más arriba, en una habitación presidencial que es tan grande como una gran casa, hay resquicio para espiar todos los lujos. Un detalle: allí, en alguno de los baños, hay perfumes parisinos para consumo de los clientes. Perfumes que cuestan casi lo mismo que una noche en varios de los hoteles del resto del país. Esos lujos sólo pueden ser patrimonio de pocos. Por acá pasaron Bill Clinton, Nelson Mandela, David Beckham y una extensa lista de millonarios y poderosos. Sucede aquí, en Dubai, donde la austeridad musulmana se toma descanso...

Dubai, la ciudad sin periferias
La mañana de Dubai tiene vértigo en todos sus rincones. Todo parece ser el centro. No hay periferias. Autos, autos, más autos. Gente, gente, más gente. Casi todos hombres, alguna mujer de origen europeo. Mucha elegancia, turbantes impecables, todo luce perfecto. Hay varias señales de prosperidad: en el recorrido, las obras públicas en marcha son una constante. Y por aquí no es tiempo de elecciones...
Oud Metha road es una suerte de boulevard, con flores de colores fuertes, con césped cuidado y cortado por especialistas, con aspecto residencial. A sus costados brotan colegios y escuelas de casi todas las comunidades árabes: se ven banderas de Sudán, Jordania, Irán, Omán, Pakistán...
No es todo: hay también un espacio para el asombro. Al lado de una escuela de origen inglés hay una iglesia católica: la Saint Mary's Catholic Church. En un país musulmán ese pequeño reducto es un motivo para la sorpresa.
Muy cerca de allí, cuatro torres de iluminación son la certeza de que el estadio Al Maktoom, que será hoy sede del partido de octavos de final entre Argentina y Egipto, está solamente a un puñado de cuadras.
El estadio tiene capacidad para 12.000 espectadores, pero su tamaño escueto no le resta ningún atractivo. Aquí hace de local el Al Nasr, uno de los grandes equipos de la liga de fútbol de los Emiratos Arabes Unidos.
Sheba Abdulrahman pregunta si todo está en orden. El es uno de los tantos voluntarios en esta sede de Dubai. Tiene algo que lo iguala con sus pares de Sharjah, nuestro destino anterior por estas tierras: la voluntad de complacer.

Joven y millonario
Es curioso: aunque su notable desarrollo se empecine en desmentirlo, este Estado recién cumplió la semana pasada 32 años como independiente. Y no sólo eso: hace apenas siete años se aprobó la Constitución Permanente que reemplazó a la Provisional de 1971.
Se le conoció con el nombre de Costa de los Piratas, Estados de Tregua y Omán del Tratado, y estuvo bajo protección británica desde 1892. El 30 de marzo de 1968, junto con Qatar y Bahrein pasó a formar la Federación de Emiratos del Golfo Pérsico. Pero esta federación quedó sin efecto al independizarse Qatar y Bahrein. En julio de 1971, seis de los emiratos (Abu Dhabi, Dubai, Sharjah, Ajman, Umm al Qaiwain y Fujayrah) constituyeron una nueva Federación; el séptimo, Rasal Khaimah, se mantuvo aparte hasta el 11 de febrero de 1972 en que se unió a los otros seis.
Sucede algo agradablemente llamativo aquí: en tiempos en los que en lugares bien cercanos hay guerras, entre otras cosas, por territorios, Emiratos Arabes Unidos entrega un gesto de tolerancia y de convivencia con sus vecinos. Sus límites geográficos con Qatar, Omán y con Arabia Saudita son difusos porque se encuentran en pleno desierto. Sin embargo, no se conocen episodios violentos relevantes entre ninguno de estos países. Quizá sea como dice el simpatiquísimo Ibrahim Abdalla, nacido y criado acá en Sharjah, ahora voluntario en el Mundial Sub 20: "Amigos, ellos son nuestros amigos... Como Bahrein, Kuwait. Sí, todos amigos..."


De miradas femeninas
Finalmente, antes de la despedida de Sharjah, se pudo comprobar: no todas las mujeres que viven en esta ciudad andan escondidas debajo de un turbante negro. La confirmación llega en el estadio. En la ciudad paradigmática de las restricciones religiosas hay lugar para excepciones.
Sarah Fahny nació en El Cairo, Egipto, hace 24 años. Tiene una belleza exótica y una voz agradable que le permite ser la voz del Sharjah Stadium. Ella no es musulmana y sueña con casarse y tener hijos con algún europeo. No usa turbante. Incluso parece que su ropa la compró en algún local de la calle Alvear o del Patio Bullrich.
Majide Hussein nació en El Salvador, pero su padre la envió a estudiar Publicidad a la Universidad Americana, una de las más prestigiosas del Golfo Pérsico. Tiene 22 años, habla español y es voluntaria en el Mundial Sub 20. Además, cuenta que es protestante y jura que jamás se pondrá un turbante. Y advierte que tampoco se vinculará con ningún árabe. Ella también anda a la búsqueda de algún europeo que le prometa "el paraíso".
Fatima Rabbani nació en Kabul, la capital del devastado Afganistán. Tiene 21 años y hace varios que su padre (el ex presidente afgano Buxhanuddin Rabbani) la hace pasear por el mundo. Ahora llegó a Sharjah para visitar a sus amigas. Sueña con ser periodista. Ella no anda buscando marido, ni europeos, ni nada. Llegó a los Emiratos Arabes Unidos para pasar algunos días divertidos en Dubai. Claro, en su permanencia por aquí, jamás se la verá escondida tras sus ojos claros.
Ellas son las excepciones de esta Sharjah despojada de bellezas femeninas. Hay otra excepción que brotó en la noche de ayer. Sobre la avenida King Faisal, en un edificio enorme y sin lujos, las luces de un arbolito de Navidad sorprenden. Es la certeza de que aquí no todos son musulmanes.

La pelota, ese motivo
En los Emiratos no llueve. De hecho, el promedio estimado es una vez cada cuatro meses. Pero ayer llovió: unas gotas que se parecieron más a una amenaza de tormenta que a la certeza de un chaparrón fueron la sorpresa en el recorrido de Sharjah hasta el vecino emirato de Ajman, donde el plantel argentino se entrenó.
Pero no fue el único detalle para el asombro. En el trayecto, ya en Ajman, un territorio despojado de la opulencia que —por ejemplo— ofrece Dubai, más de 40 chicos jugaban al fútbol en una cancha sin límites ni rayas de cal, con arcos maltrechos y sin red. Eran 20 contra 20, de distintas edades, con remeras de fútbol de equipos europeos, locales y hasta uno con la camiseta de la Selección argentina. Todo, en un país en el que la pasión del fútbol sigue floreciendo desde aquel inolvidable 1990, cuando el seleccionado local disputó su único Mundial de mayores, en Italia. A ninguno de esos chicos les importó la garúa. Había una pelota. Suficiente motivo para mojarse.

La próxima esposa
Ibrahim Abdalla es un personaje singular. Tiene 37 años, mucha simpatía, un turbante blanco, dos esposas y está en busca de la tercera. Ibrahim nació en Sharjah, la ciudad más musulmana de los Emiratos Arabes Unidos, y ahora trabaja como voluntario en el Mundial Sub 20. Hace de traductor en las conferencias de prensa posteriores a los partidos y colabora con las delegaciones que se alojan en el hotel Radisson, entre ellas la de Argentina. Sabe árabe, inglés y dos palabras en español ("hola amigo"). Pero su particularidad está en otro aspecto: es musulmán sin disimulo y está orgulloso de su religión, pero ríe con una picardía que parece escapada de algún rincón de Parque Patricios o de Barracas cuando se le pregunta por sus esposas.
Después de la tercera o cuarta sonrisa dice: "Tengo dos y voy por la tercera...". Cuenta que vive un día con cada una de ellas. Y que, por normas de la religión, debe brindarles el mismo trato en todos los aspectos (afectivos, económicos y todos los etcéteras que quepan en la imaginación). Y suelta una verdad sin objeciones: "Claro para tener varias esposas hay que tener también mucho dinero". Tanto que para poder casarse se requiere presentar avales económicos.
Eso sí, hay dos leyes inquebrantables: la primera es que no deben ser más de cuatro las mujeres y la segunda es que nada de lo que suceda con cada una de ellas debe ser dado a conocer. Ni siquiera, sus nombres a desconocidos. Por eso, Ibrahim prefiere callar ante esa pregunta: el musulmán de la picardía criolla nunca dirá cómo se llaman sus mujeres...

Sharjah Cultural Square, la primera escala.

Sharjah, esa muchachita religiosa
Sharjah es el emirato de la religiosidad y de la cultura árabe. Resulta casi imposible ver mujeres sin esos turbantes que las esconden, en algunos casos hasta los ojos. También es una constante cruzarse con una mezquita y con otra y con otra, todas ellas impecables ante la vista. Y termina siendo inevitable no escuchar los rezos que brotan de sus altoparlantes. Para cada habitante de este emirato la religión es sagrada, una cuestión de cada día, de cada momento.
Sharjah es también una ciudad en la que los museos forman parte de su geografía. Hay 14, entre los que se destacan el Al Hisn, el Al Mahatah, el Bait Al Gharb y el Islamic Museum. No sólo eso: el Souk es un mercado, pero su fachada parece la de un megamuseo. Al ingresar allí uno descubre varios de los encantos de la cultura árabe. Y advertirá uno de sus tesoros más preciados: la cordialidad de su gente.
En Sharjah no todos son árabes. En las partes menos atractivas y menos opulentas de la ciudad habitan muchos pakistaníes, en su mayoría, taxistas. Con una particularidad que resulta entre insólita y graciosamente patética: casi no hablan inglés y no conocen la ciudad. Por eso, a cualquier desprevenido le puede suceder lo siguiente: pedir ser trasladado al Sharjah Stadium y que lo terminen paseando por el estadio de Al Shaab o que lo inviten a ver un partido de Cricket. Eso sí, el viaje será invariablemente en un auto de lujo. Los coches menos suntuosos por acá son BMW o un Mazda modelos 92 o 93. Pequeños grandes lujos que permiten los petrodólares.