domingo, agosto 10, 2008

De ritos y de integración


Una moda de pertenencia
En Sudáfrica, el gusto por los deportes tiene también un carácter social: la mayoría de la población negra, los sectores más desfavorecidos, prefiere el fútbol; en cambio, la población blanca, la de mayores recursos económicos, opta por el rugby y por el cricket. Más allá de esa tendencia, hay particularidades: Bryan Habana, un moreno simpático y enorme, es el mejor jugador de los Springboks.Y en Soweto, localidad de las afueras de Johannesburgo con 3,5 millones de habitantes de raza negra, hay un club de rugby que nuclea a más de 200 chicos.
En el fútbol también hay contraejemplos: Mark Fish, un marcador central de raza blanca, es uno de los máximos ídolos de los Bafana Bafana, el seleccionado sudafricano. Una suerte de Daniel Passarella local, que jugó en la Lazio, de Italia, y que participó del Mundial 1998. Y figura en la Salón de la Fama de la Federación, junto a --por ejemplo-- Doctor Khumalo, ex delantero de Ferro, en los 90.
Pero las calles de Johannesburgo permiten demostrar que se trata de excepciones: la población negra camina con la camiseta del Liverpool, del Aston Villa, de Brasil y también de Argentina; los blancos lucen distintos modelos con inscripciones vinculadas al rugby. Como si se tratara de una moda de pertenencia social.


De ritos y de integración
Hay una afinidad que nace con la espontaneidad de lo natural. Sucede, simplemente. Faltan casi dos horas para el test match en el que los Springboks y Los Pumas homenajearán a Nelson Mandela por su cumpleaños número 90. El playón gigante del Ellis Park, una suerte de mega bar al aire libre, es una sucesión de cervezas que se consumen. En el medio, juntos, se abrazan hinchas argentinos llegados especialmente para la ocasión con hombres gigantes vestidos de verde. Entre todos sostienen una bandera que es un grito del rugby Puma: "Argentina existe". Y los sudafricanos saben el significado: es un pedido que ellos apoyan, que el Tres Naciones tenga cuatro participantes pronto.
El sol es tibio en el mediodía de Johannesburgo. Un cartel gigante dice que Ellis Park en realidad ahora se llama Coca Cola Park. A Butch, un gigante que no mide menos de dos metros y se necesitaría una balanza industrial para pesarlo, poco le importa. El bebe de una jarra en la que caben dos litros de cerveza. No es la primera ni la segunda.
En este lugar, hay muchos otros Butchs que llegaron más temprano: trajeron whisky para tomarlo puro, cervezas de todas las marcas y una parrilla doméstica para preparar unas salchichas que son la cara misma del colesterol. De fondo, se escuchan canciones ochentosas y noventosas: con Roxette, Bryan Adams y Mike & The Mechanics como los más aclamados. Luego se jugará un partido. Pero queda una sensación a esta altura: los ritos previos son más importantes que el juego en sí. En breve, a través de una pantalla gigante, hablará Mandela (no pudo estar presente debido a dificultades para trasladarse). Y se escuchará una ovación.
La mayoría de los que están sentados en las mesas son blancos, grandes y rubios. Pero por allí cerca están unos pequeñísimos morenos recién llegados de Soweto. Son un montón de simpatías que hablan en inglés y en zulú. Ellos pertenecen al Soweto Rugby Club y participaron esta semana de la clínica que ofrecieron Los Pumas y los Springboks. Se acuerdan de Manuel Carizza, con una sonrisa y una frase breve: "Buen chico, nuestro profesor". Ellos no toman cerveza. Juegan juntos con una pelota de rugby. Y se animan a enseñar una frase en su idioma: "N'Kosi Sikelele Africa" (Dios Bendiga a Africa).

Luces, sombras y temores
En Johannesburgo existe una ley no escrita que señala: "De día, todo; de noche, nada". De acuerdo con ello, mientras el sol ilumine sus calles y recovecos no hay un riesgo considerable de que algo malo le suceda. Pero la recomendación continúa: si ve la luna, escape tan rápido como pueda a su casa. Cuentan que entonces caminar por las calles es una osadía propia de quien desconoce tal mandamiento fundamental.
De lo primero se puede dar fe: con luz, Johannesburgo -y sobre todo la zona de Sandton, donde se hospedaban Los Pumas que enfrentaron a los Springboks- luce confortable, cercana, amigable. De noche, según cuentan, suceden las peores cosas.
Un detalle complementario sirve como testimonio: para el Mundial se armará una fuerza especial con más de 30.000 policías para garantizar la seguridad en cada una de las ciudades. La mayoría de ellos desarrollará su tarea en esta Johannesburgo tan encantadora y tan contradictoria.
Lo aconsejan en los hoteles, lo señalan las autoridades policiales en el aeropuerto, ya se lo habían comentado a Los Pumas en Buenos Aires, lo advierten los periodistas. "De día camine; de noche, si no está arriba de un auto andando, es mejor que se quede en su casa", repiten unas voces y otras. Con sólo asomar un poco la cabeza bajo la oscuridad de Johannesburgo se percibe esa paz que antecede a la tragedia. Al menos eso indican quienes conocen los secretos de la ciudad. E intentar comprobarlo no es, claro, el mejor plan.

Post publicado desde Johannesburgo, Sudáfrica.