miércoles, septiembre 19, 2007
Un mundo de azaleas
"¿No vio mis azaleas? ¿No son preciosas?". Eulalia preguntó con la más memorable de las sonrisas. El médico, que la trasladaba en la silla de ruedas hacia la ambulancia, comprobó pronto que esa señora tenía ante todo un gesto optimista. El médico deshizo su sorpresa con un ademán curioso y una respuesta apropiada: "Se ve que las cuida mucho". Mi mamá siempre estuvo orgullosa de su jardín y, sobre todo, de sus azaleas. Las cuidaba con dos de sus rasgos distintivos: dedicación y constancia. Y el resultado era también un motivo para el orgullo propio y la admiración ajena.
Esas plantas -bellas, impecables, prolijas- hablaban de ella, de su mundo de azaleas.
Aquel jueves fue su último día en casa. Después, fuimos al Hospital Británico. Lo demás, es parte de otra historia.
El jardín, ahora, ya cuatro años después, luce la misma prolijidad -gracias a las metódicas manos de Mary, más amiga de mi mamá que empleada- pero ya no habita la alegría en ese espacio. Las azaleas, como esas cosas inexplicables de la naturaleza, jamás volvieron a tener el mismo fulgor.