viernes, diciembre 09, 2016

Ciudad de México, ciudad de fútbol


Caben muchos mundos en esta Ciudad de México de tantos colores que encandila, de tantos vértigos que apura. Mundos diversos y dispersos. Es un país dentro del país: según datos de la ONU, acá viven poco más de 20 millones de habitantes incluyendo las periferias. Parece inabarcable. Tal vez lo sea. Hay una certeza que se comprueba caminando: acá el fútbol late como en cualquier rincón del conurbano bonaerense profundo o como sobre la arena en un atardecer de Praia do Rosa o de Río de Janeiro. Ahí están las camisetas que tantos lucen aunque no sea día de partido. Las del América -las más vendidas- compiten con las de los otros dos gigantes de la ciudad, Cruz Azul y Pumas de la UNAM.

Esta ciudad de personajes que parecen cuento o mentira o fantasía ofrece un asombro a cada paso. Lo escribió en el Libro de los abrazos Eduardo Galeano, amigo de este territorio, visitante frecuente en sus días: "Superbarrio, cualunque mexicano de carne y hueso, héroe del pobrerío, vive en un suburbio llamado Nezahualcóyotl. Superbarrio tiene barriga y piernas chuecas. Usa máscara roja y capa amarilla. No lucha contra momias, fantasmas ni vampiros. En una punta de la ciudad enfrenta a la policía y salva del desalojo a unos muertos de hambre; en la otra punta, al mismo tiempo, encabeza una manifestación por los derechos de la mujer o contra el envenenamiento del aire; y en el centro, mientras tanto, invade el Congreso Nacional y lanza una arenga denunciando las cochinadas del gobierno". Ya lleva 29 años andando este hombre que es un misterio y del que nadie conoce los goles de qué equipo grita.

La primera impresión es que cualquier personaje propio del realismo mágico puede aparecer en este espacio que Gabriel García Márquez eligió para vivir varias temporadas. Un hombre con pajaritos que predicen el futuro, brujos, chamanes, un ex convicto con la piel a prueba de vidrios, artistas callejeros del absurdo, vendedores de todo lo que pueda caber en la imaginación, músicos de instrumentos de nombres impronunciables, entre tantos otros seres que ya forman parte del escenario o de la mitología. O de las dos cosas. También a la par de ellos están los hinchas de este ámbito en el que el fútbol resulta una suerte de religión. O varias al mismo tiempo. Se adivina una cosa: no hay ateos en la cuestión. Son mayoría los del América. En la capital y en el resto del república. Según relevamientos varios suman alrededor de la cuarta parte del total de 120 millones de habitantes del país.

Juan Villoro -escritor de esta tierra, preciso y precioso observador del fenómeno del fútbol, autor de Dios es redondo- es hincha de un equipo que pertenecía a la CIudad de México, pero fue mudado. Sus llaves cuelgan de un llavero del Necaxa. Le contó a la Revista Ñ, en su visita a la Feria del Libro de 2013: "El mío es un equipo muy gitano, simpático. Era el equipo del sindicato de electricistas. Y era muy rebelde: fue el único que se negó a cobrar cuando el fútbol se volvió profesional. Era un equipo romántico que no quería cobrar. Como suele ocurrir con tantos clubes, especialmente en mi país, fue vendido. Y pasó a ser propiedad de otro equipo que es el villano de la liga, el archiodiado América. Y además se lo llevaron a jugar a Aguascalientes. Pero uno no puede negar al club de sus amores, es como decir 'yo ya no soy ese niño, que me den otra infancia'. Y creo que a lo último que debemos ser fieles en nuestra vida es a nuestra propia infancia". El Necaxa volvió a ser vendido en 2014 a un grupo de inversionistas encabezado por Ernesto Tinajero y por Guillermo Cantú. Sigue jugando en Aguscalientes. La razón de la mudanza era ajena: el América, omnipresente en la capital mexicana, le quitaba hinchas. Acaparaba todo.

"Odiame más", fue uno de los eslogans de más impacto y mayor polémica asociado a un equipo de fútbol. No podía ser patrimonio de otra institución: sí, del América, el más campeón de los clubes locales y el más exitoso de la Concacaf. También el más poderoso en términos económicos, al amparo de su propietario, el Grupo Televisa. "Lo dejamos un poco de lado eso del 'odiame más' para que no se interprete mal. Vivimos en un mundo muy complejo. De todos modos, es cierto que el América genera eso: es amor o es desprecio. Nosotros -los millones de hinchas- lo amamos. El resto, nos quiere ver perder hasta los amistosos", le cuenta a Clarín el presidente de Las Aguilas, Ricardo Peláez, en pleno estadio Azteca, templo del fútbol, museo vivo de tantos encantos.



Ahí está, claro, el arco de la Mano de Dios y el del Mejor Gol de la Historia. Ambas obras sucedieron el mismo día de 1986 y tuvieron a idéntico protagonista, Diego Maradona.

"Acá vive el mejor de los fantasmas", cuenta uno de los tantos empleados de seguridad del estadio. No es día de partido. Pero a la joya la cuidan como tal, más en este 2016 del centenario de Las Aguilas. Y se nota en cada detalle.

-¿Qué fantasma? ¿El de la altura?, pregunta el argentino asombrado.

-No, el de Maradona...

El seleccionado de México también es local en esta ciudad y en ese estadio afín a las mitologías. A los temores que generan los 2.250 metros sobre el nivel del mar se suma ese contorno de 84.000 espectadores (históricamente, la capacidad superaba los 100.000 asientos), con cada butaca ocupada, con cada hincha vestido de verde dominante. "En cada presentación en el Azteca hay dos espectáculos: uno adentro, que puede fallar; y uno afuera, que es una garantía de calidad", cuenta el periodista Jaime Luna, ante la consulta de este diario.

Los locales, a este estadio ubicado en la Calzada de Tlalpan, prefieren llamarlo con un nombre más grandilocuente: El Coloso de Santa Ursula. Aclara el guía oficial: "No es una exageración. Es un coloso de verdad. Miren..." Y allí, recién remodelado, el Azteca revela su imponencia ante los ojos. Es una maravilla propia de esta ciudad de maravillas. Y de fútbol, claro.

Texto publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo, de Clarín.com.

Post publicado desde Ciudad de México.