viernes, febrero 01, 2013

El triunfo de los olvidados


Si el inmejorable seleccionado español -dueño del ciclo más exitoso de la historia- tuviera que viajar a Cabo Verde para jugar en el Estádio da Várzea (Estadio de las tierras bajas o postergadas), Xavi, Iniesta y compañía deberían darse diferentes vacunas (entre ellas para la fiebre tifoidea y para el paludismo) por recomendación del Ministerio de Salud de España. Cabo Verde fue siempre un fantasma y un misterio en la costa oeste de Africa. También lo es ahora, en días en los que el fútbol lo hace un poco más visible a los ojos del mundo. Sucede que en Sudáfrica, el seleccionado de este país que cuenta con apenas 500.000 habitantes -menos que, por ejemplo, la ciudad de Mar del Plata- es un asombro que late en la Copa de su continente. En su primera participación de la historia, accedió a los cuartos de final tras pasar de manera invicta por el Grupo A, ganado por el equipo local, los Bafana Bafana.

Hasta este verano del Hemisferio Sur, el mayor orgullo lo había ofrecido un tal Gelson Fernandes, nacido en Praia (la capital) pero representante del seleccionado de Suiza. Se trata de una cara del fútbol de este tiempo: el de la nacionalidad oscilante. Empezó a jugar a los 18 años para el Sion, por unos pocos días no fue compañero de Carlos Tevez en el Manchester City y en 2009 fue transferido al Saint Etienne. Al finalizar su primera temporada en el fútbol francés, le llegó una posibilidad enorme: jugar un Mundial. Luego de tres años en el equipo nacional de su país adoptivo, Ottmar Hitzfeld lo incluyó en la lista para el Mundial 2010. Y lo puso entre los titulares en el debut imposible frente a España, en el Moses Mabhiba de Durban. Tenía el número 16 en la espalda y una velocidad supersónica. Era un desconocido para el gran escenario. Pero ese día, aquel 16 de junio, los medios del mundo lo mostraron por todos lados. Era lógico: había convertido el único gol del partido ante el candidato de todos. Los mismos españoles que se tendrían que vacunar para viajar a la ciudad que vio nacer a Gelson, sufrieron -por obra y culpa de ese caboverdiano astuto y audaz- su única derrota en la Copa del Mundo que luego ganarían.

Allí, donde la mayoría de sus pobladores son descendientes de esclavos, se crió Gelson Fernandes. En aquel partido fue elegido de manera unánime como la figura de la cancha. En la conferencia de prensa, le preguntaban en alemán, en portugués, en español, en inglés. Y él entendía todos los idiomas. Como un ciudadano del mundo. Pero en portugués dijo que esa victoria también era para su Cabo Verde. Se quedó sin Mundial en la primera ronda (España y el Chile de Bielsa lo superaron en la tabla de la zona). Y ahora que la cláusula de rescisión impuesta por el Sporting de Lisboa (su club desde julio de 2012) es de 25 millones de euros, él mira desde algún lugar de la capital portuguesa cómo el país para el que decidió no jugar hace historia bajo el mismo cielo que a él lo consagró. Cosas del destino: el primer gol de Cabo Verde en la historia de la Copa de Africa también fue en el Moses Mabhida, al borde de las playas de Durban. Lo hizo Luis Carlos Soares Almada. Pero nadie lo reconoce por tan largo nombre. En Praia, donde nació cuatro meses antes que Gelson, todos le dicen Platini, como al crack francés que ahora preside la UEFA.

"Cabo Verde é futebol", dice en el portugués del archipiélago un adolescente, con una pelota que le pica cerca en un informe que la FIFA presentó en días no tan lejanos en su canal oficial. Una señora cuenta que su país -joven como ella- es "de belezas"; y un hombre que vivió los días de la colonia sostiene que es "de música". A simple vista también resulta otra cosa: un pequeño mundo de colores. Recién en julio de 1975, Cabo Verde alcanzó su independencia de Portugal. Antes había padecido los rigores de los días de opresiones: durante mucho tiempo, este territorio fue el espacio preferido para la trata de esclavos. "Los (esclavos) de Cabo Verde eran muy apreciados por su resistencia y robustez, que les hacían ser muy cotizados para trabajos duros [...]. Por el contrario, los procedentes de Santo Tomé por su fragilidad y disposición a la huida no se los valoraba", retrata José Luis Cortés López en su obra "La esclavitud negra en la España peninsular del siglo XVI". Ahora, tiempos de reconstrucción, se respira otro aire. Y también se gritan goles.

No debía ser de otro modo el día consagratorio. La épica aconteció como reclaman las buenas historias de superhéroes rezagados. Para clasificarse, Cabo Verde debía vencer a Angola en la última fecha de la primera ronda. A los 32 minutos del partido, el capitán Fernando María Neves -Nando; defensor del Chateauroux, de la segunda división de Francia- convirtió un gol en contra. Parecía el final del recorrido. Feliz y valioso, a pesar de la derrota. Pero no. Había más. Los Blue Sharks (su apodo universal) o los Crioulos (su apodo local) fueron tras los pasos del primer éxito de una federación de las más nuevas, creada en 1982 y afiliada a la FIFA en 1986. Fernando Varela -portugués de nacimiento; defensor del Vaslui de Rumania- estableció el empate faltando nueve minutos. Pero no alcanzaba. El 2-2 entre Marruecos y Sudáfrica obligaba a más. El tiempo estaba cumplido. Apenas quedaba el descuento. Y Cabo Verde fue. Con lo que tenía. Con lo que le quedaba. Y encontró: en el primer minuto adicional, Héldon Augusto Almeida Ramos -nacido en Ilha do Sal; delantero del Marítimo- convirtió ese gol que, cuentan, se escuchó desde el escenario del encuentro -la Bahía Nelson Mandela, en Port Elizabeth- hasta la más pequeña de las islas del archipiélago.

Se trata de un milagro de fútbol, más allá de cómo le vaya en el partido de los cuartos de final, a disputarse el sábado. La historia del entrenador es el perfecto ejemplo al respecto. En la misma isla en la que nació el autor del gol más importante (el mencionado Héldon), Lucio Antunes trabaja como controlador aéreo del aeropuerto internacional Amílcar Cabral (el más importante de Cabo Verde; el nombre es un homenaje al líder de la independencia). Lleva allí más de dos décadas. Para poder dirigir al equipo nacional tuvo que pedir licencia. "Mi trabajo es mi trabajo; en algún momento tendré que volver", contó en una entrevista en tiempos de la etapa clasificatoria para esta Copa de Africa, en la que eliminó a un gigante continental: Camerún, con Samuel Eto'o -el futbolista mejor pago del mundo- entre sus figuras. Ahora, el desconocido Antunes es un personaje central y principal revelación de esta fase final de la competición. Fue futbolista, basquetbolista y jugador de tenis de mesa. Señalan que se destacó en todos esos deportes. Pero nunca festejó tanto como en el triunfo ante Angola. Ese grito que desde el domingo en el que sucedió se transformó en el día de la refundación del fútbol caboverdiano.

Cesária Evora no era fanática del fútbol. En 1941, cuando nació cerca del puerto de Mindelo, Cabo Verde era un territorio de postergados y de postergaciones. Ella le puso su música al desamparo. Fue premiada en muchos rincones, ganó un Grammy, el cine la convocó, recibió la Medalla de Legión de Honor entregada por el gobierno de Francia. Sus canciones se quejaron de la barbarie colonizadora y del comercio de esclavos. También les dedicó palabras a los encantos de su tierra. "Allá en el cielo tú eres una estrella / Aquí todo brilla / Allá en el mar tú eres arena / Aquí todo moja / Mirando este mundo afuera / Sólo hay rocas y mar / Pobre tierra llena de amor / Con canciones de Morna y Coladera / Tierra sabia llena de amor / Con música de Batuco y Funana / Oh, cuánta saudade / Pequeño país, yo te amo mucho". Cesária -estrella brillante, estrella querida- cantaba con los pies descalzos. Era un gesto de solidaridad para con los sin techo y los sin comida y los sin nada. Les cantó y los recibió a ellos hasta el último de sus días y de sus suspiros, en el pasado diciembre. Ella poco o nada sabía de goles y de gambetas. Pero -seguro- si Cesária hubiera estado allí, habría gritado el gol de Héldon hasta la disfonía. Es que así se celebran los triunfos de los olvidados.

Texto publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo, de Clarin.com