lunes, agosto 08, 2011

Gabriela, el tortugo

Me lo contó la traductora Lorena Delgado, bajo el sol tibio de Colonia, en un mediodía de paraíso: A Valeria -su hermana- le habían regalado una tortuga. Le pusieron un nombre sin dar demasiadas vueltas: Gabriela. No era simpática como la famosa Manuelita de Pehuajó. Casi todo lo contrario. Tenía particularidades de asombro: mordía el pie de cada uno que se le cruzara en su camino de pasos lentos, desaparecía sin avisar, se metía debajo del hogar, jugaba a resucitar después de tirarse del primer piso. Locuras de una tortuga incómoda. Le gustaban los riesgos, también: solía trepar paredes, pero su inevitable torpeza la dejaba invariablemente dada vuelta. Si estaba sola, era un peligro grande. Algunos en la familia llegaron a pensar que Gabriela se quería suicidar. La tortuga estaba harta de su casa de Barracas; y en la casa también estaban hartos de ella. La decisión siguiente fue una consecuencia: a Gabriela la mudaron a la casa de María Rosa, la maestra de Loli. Allí, encontró su lugar en el mundo: había loros, perros, gatos; también una tortuga amiga. Pero llegó la primavera y con ella, una sorpresa: la tortuga amiga iba a tener tortuguitas. Gabriela no era tan nena como su nombre indicaba. Gabriela era un tortugo al que nadie había sabido comprender...