martes, diciembre 18, 2007

Un nombre, un determinismo

Actualización 2017: una década después de haber escrito el texto que continúa acá abajo de este largo epìgrafe, Pancho -amigo de la vida, amigo perpetuo- me manda esta foto que se luce a la izquierda. Reemplaza a otra, mucho menos atractiva, ofrecida por Google Imágenes. El capitán de nuestro Misura está en Barcelona, la tierra que -además de ese equipo genial que todos conocemos y que ayer le ganó al Real Madrid un clásico inolvidable en el Bernabéu, con Messi como superhéroe- tiene como patrona a Santa Eulalia. Dicho de otra manera: de algún modo, la patrona es mi mamá. Incluso más allá del carácter oficial que su nombre ofrece.

Escuché hace unas semanas a Alejandro Dolina, en su programa radial La Venganza Será Terrible, referirse --en tono de broma-- a cierto determinismo existente entre el nombre de un individuo y su personalidad. Y puso como ejemplo a un tal León, con su impronta inevitablemente feroz... Luego el conductor volvió a reir.
Coincido, claro, con esa ironía. Pero ayer, repasando la historia de Santa Eulalia de Barcelona, la joven mártir masacrada por orden de Diocleciano, me vi obligado a aceptar excepciones. Ciertas particularidades, sobre todo las cuestiones esenciales, que cuenta la historia católica, se parecen a un mandato recuperado por mi mamá, también Eulalia, también de sangre catalana.

Santa Eulalia --según relata el Pbro. Angel Fábrega Grau-- nació en las cercanías de la ciudad de Barcelona, hacia los últimos años del siglo tercero. La humildad, cierta sabiduría precoz y la prudencia fueron rasgos que desmentían su condición de niña.

Recién llegada a su pubertad, ella también escuchó lo que cada día oían los barceloneses: la noticia de que la persecución contra los cristianos volvía a desarrollarse una vez más en todo el Imperio.


Los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano, que se habían enterado de la rápida propagación de la fe cristiana en las lejanas tierras de España, mandaron al más cruel y feroz de sus jueces, llamado Daciano, para que acabara de una vez con aquella superstición.


Al entrar en Barcelona hizo, junto a su séquito, públicos y solemnes sacrificios a los dioses, y dio orden de buscar a todos los cristianos para obligarles a hacer otro tanto. Con rapidez se divulgó entre los cristianos de Barcelona la noticia de que la ciudad era perturbada por un juez sin piedad.

Santa Eulalia tenía una profunda fe, una enorme generosidad, la tenacidad de una luchadora sin quebrantos y era una dulzura para su familia y para sus servidoras. Le dolían en lo más profundo las injusticias. Un día, en silencio, mientras todos dormían, emprendió mansamente el camino hacia Barcelona. La delicada niña recorrió el largo camino a pie y sin quejas.


Ya en las puertas de la ciudad, oyó la voz del pregonero que leía el edicto y se fue al lugar. Allí vio a Daciano sentado en su tribunal. Y, entre la multitud y mezclada con los guardianes, se dirigió a su encuentro. Le dijo: "Juez inicuo, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? Ya sé que tú, por obra del demonio, tienes en tus manos el Poder de la vida y de la muerte; pero esto poco me importa".


Daciano, sorprendido de tanta audacia, le respondió con desconcierto: "Y ¿quién eres tú, que de una manera tan temeraria te has atrevido, no sólo a presentarte espontáneamente ante el tribunal, sino que, además, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez estas cosas contrarias a las disposiciones imperiales?".

Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayuda a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo.

Y la mató con toda la crueldad que cabía en su cuerpo imperial.

Señala el poeta Prudencio que al morir Santa Eulalia, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo. Y que, en consecuencia, los verdugos salieron corriendo entre sustos, llenos de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. En ese lugar se levantó, luego, un templo a modo de tributo a ella.

El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que hasta San Agustín hizo sermones en su honor. Y en la antigua lista de mártires de la Iglesia Católica, llamada Martirologio romano, habita la siguiente frase: "El 12 de febrero se conmemora a Santa Eulalia, mártir de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo".


La encontré a mi mamá en el espejo de esta santa: en su constancia, en su prudencia, en su dulzura, en su generosidad, en su aprecio por las libertades, en su coherencia, en su búsqueda inquebrantable, en su esencia... Era ella. Era Eulalia. Como si su nombre fuera un determinismo.