jueves, noviembre 22, 2007

De manjares sencillos


Hay momentos vinculados con la comida que me generan cierta fijación. No sé si será mi esencia de gordo sin remedio, más allá de la delgadez que no me ha abandonado. O si se trata simplemente de una cuestión personal o de carácter universal. En realidad, nunca me puse a pensar al respecto. Recién ahora que, tras leer una nota en la revista de la National Geographic sobre los alcances y las particularidades de la memoria, recordé aquellas tortillas inmejorables que hacía Eulalia, mi mamá.
Si fuera imparcial diría lo mismo respecto de aquel manjar sencillo: no hubo, no hay y no habrá nada más rico. No sólo eso: aquella tortilla también trae añadidos recuerdos gratos. Sobre todo, las noches de charlas compartidas con ella y mi elogio que generaba la magia de su sonrisa.
Hubo otras delicias de elaboración breve nacidas de las mismas manos. Pero el paradigma era esa tortilla que alegraba cualquier mediodía, recién llegado del colegio o de la facultad, o cualquier noche, antes de ir a dormir o como previa de alguna salida en tiempos de dancing.
Descubro ahora, en consecuencia de este recuerdo, que mi memoria también tiene alma de gordo. O que, como yo, se busca excusas culinarias para recordar otras bellezas cotidianas.