Justo ahora que el Mundial de rugby comienza a convertirse en una inminencia y que en breve será una moda que pasará, se me vienen a esta memoria hecha relatos aquellos días de la niñez. Como si se tratara de un maul de gigantes, brotan las escenas de esos días: las mañanas de sábado caminando bajo el frío por la calle Zufriategui, rumbo a Banco Nación, para tomar el escolar naranja hacia Benavídez; los martes y los jueves de entrenamiento; las giras por Rosario y por Paraná; la secreta admiración por Diego Ojeda, quien después llegó a Primera... También las visitas en el Renault 4 de Leo Mainero, con el Cholo, a Central Buenos Aires, ese club de ex alumnos del Nacional, que era un culto al espíritu amateur, allá por los años 80.
En realidad, el rugby me gustaba más verlo que jugarlo. Odiaba tener que tacklear, golpearme o terminar metido en el fondo de un ruck. Empecé como wing, continué de apertura y terminé de medio scrum. Pero ya antes de cumplir los 13 años, decidí alejarme. Quedó para siempre como mi segundo deporte.
Eran tiempos --además-- en los que con Walter (El Cholo, mi hermano mayor) íbamos a ver a Los Pumas. Tengo un episodio imborrable entre esas visitas compartidas: el 21-21 contra Nueva Zelanda, en la cancha de Ferro, con un Hugo Porta estelar, autor de todos los puntos. Para mí, que jugaba en Banco Nación y como apertura, se trataba de un motivo de orgullo añadido.
Y Leo Mainero --segunda línea de Central e íntimo amigo de mi hermano Walter, un wing veloz-- era una suerte de ídolo sin pretenderlo. Usaba una vincha de cinta adhesiva en la frente y tenía el coraje de un scrum entero. Desde el costado del campo de juego de aquel club que ya es una ausencia, allá en Florencio Varela, yo seguía a aquel equipo que nunca fue campeón. Rafa (otro amigo, otro wing veloz), El Cholo y Leo garantizaban que nadie se iba a llevar a su equipo por delante.
También retengo algunos otros nombres o apodos, más asociados a los terceros tiempos: El Yankee, Papelito, Martín Emina... Ellos, por azar, también fueron parte indeleble de aquellos días ovalados. Y felices.
miércoles, agosto 22, 2007
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