miércoles, julio 12, 2006

Retrato de una lealtad


Otto es un perro. Y decirlo así es tan cierto como injusto. Otto es muchas más cosas que un perro. Es un pedazo de la vida. De mi vida y de la de todos los que siempre estuvimos cerca. Cuando era un cachorro de Dogo de 600 pesos y tenía los dientes mínimos yo recién había terminado el secundario. Ya en esa época tenía la lengua gigante de siempre y un temperamento que desmentía el imaginario colectivo respecto de su raza. Otto siempre fue bueno. Recorrió cada metro, cada año, con la lealtad y la generosidad del primer idilio. Con esa bocota que siempre dosificaba fuerzas al momento del juego. Con ese andar torpemente elegante. Con esa percepción notable de cada situación relevante. Otto lo seguía a mi viejo al costado de la bicicleta. Otto se tiraba debajo de la mesa de trabajo de mi vieja, en el fondo, hasta que terminara con el último molde del último diseño de la última prenda. Otto se sentaba al costado de la cama de Ale, uno de mis hermanos, y escuchaba --porque no le quedaba otra-- desde Mariah Carey hasta Van Halen, pasando por Michael Jackson, Bon Jovi y Def Leppard. Otto se acostaba en mi cama todo el tiempo que podía hasta que escuchaba la voz de mi mamá. No hacía falta que lo echara. Se iba solo. A Otto siempre le gustó el pan lactal. Esa fue, quizá, su más grande tentación. Otto casi nunca gruñía, a menos que --de imprevisto-- se hubiera robado un paquete entero de Fargo y alguien osara quitárselo de su bocota. Otto pudo haber sido el intérprete de la película El Perro, de Carlos Sorin. Pero estoy seguro de que el casting lo habría fastidiado. Otto nunca mordió a nadie. Jamás le hizo falta.

Otto falleció el martes 27 de febrero de 2007, poco antes de cumplir 13 años. Se fue sin saber que nunca sería olvidado.

Cine:


El Perro, la película de Carlos Sorin. También un homenaje a Otto.